UNA DECISIÓN POLÉMICA

Adelson, la ultraderecha cristiana y el freno a Irán: los tres motores de Trump sobre Jerusalén

trump muro de las lamentaciones

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Idoya Noain

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El 1 de junio, cuando siguiendo 22 años de precedente Donald Trump firmó la dispensa que retrasaba seis meses el traslado de la embajada de Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén estipulado por una ley de 1995, la Casa Blanca emitió un comunicado explicando que el presidente tomaba la decisión “para maximizar las oportunidades de negociar con éxito un acuerdo entre Israel y los palestinos, cumpliendo su solemne obligación de defender los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos”.

¿Qué ha cambiado desde entonces? ¿Por qué Trump da un giro radical justo ahora, solo unas semanas antes de cuando estaba previsto que su yerno, Jared Kushner, presentara su plan para un proceso de paz que el presidente parece dinamitar? Nadie tiene la respuesta pero hay al menos tres claves que ayudan a entender qué mueve a Trump.

El lobi judío y el megadonante Adelson

El voto judío no fue trascendental para la victoria de Trump. El 71% de ese electorado optó por Hillary Clinton, aunque es destacable que otro 24% diera su respaldo a una campaña de tintes antisemitas y apoyada por neonazis. Sí fue clave para el empresario, no obstante, lograr determinados respaldos y ninguno fue más relevante que el de Sheldon Adelson, el magnate de casinos y hoteles de Las Vegas -que en su momento se planteó instalar un Eurovegas en Catalunya-: Junto a su esposa, Miriam, israelí, donó cerca de 35 millones para su elección (y unos 80 para candidatos republicanos). Dieron también cinco millones para la toma de posesión.

Adelson, para quien según ha contado Newt Gingrich el “valor central” de un candidato es el apoyo incondicional a Israel, inicialmente se inclinaba por respaldar a Marco Rubio (Trump llegó a denunciar que el senador sería la “perfecta marioneta” del milmillonario). Miriam optaba por Ted Cruz. Pero tras una reunión en diciembre del 2015 Adelson definió a Trump como “muy encantador”. Y para mayo de 2016 le dio su respaldo público, argumentando que “será bueno para Israel”.

El mes anterior Trump había dado un discurso en la reunión de AIPAC, el principal lobi judío en EEUU. Fue una intervención que le ayudó a elaborar su yerno, Kushner, que ha establecido una relación personal y sin intermediarios con Adelson. También hubo aportaciones al discurso del embajador de Israel, Ron Dermer. Y allí, por primera vez, Trump realizó la promesa de trasladar la embajada.

Los aplausos entonces contrastaron con los abucheos que se había ganado en diciembre del 2015, cuando en una reunión de la Coalición Republicana Judía (un grupo que fundó y presidió Adelson, que es también su principal contribuyente de fondos), se negó a pronunciarse sobre la capitalidad de Jerusalén. También en un 'town hall' en primarias en febrero Trump había pedido que le dejaran ser “un tipo neutral”.

Adelson espera algo a cambio de su apoyo. Empezó a obtenerlo pronto y se ha sabido que fue Kushner quien instó a Michael Flynn a presionar durante la transición a Rusia y otros miembros del Consejo de Seguridad de la ONU a que retrasaran o frenarar el voto de una resolución de condena a Israel por los asentamientos (donde la Administración de Barack Obama se abstuvo).  Pero en mayo expresó su furia cuando el secretario de Estado, Rex Tillerson, sugirió que el traslado de la embajada debía supeditarse a las negociaciones de paz entre palestinos e israelís. Y se puso también rabioso en junio, cuando Trump firmó la dispensa.

En el ‘Las Vegas Review Journal’, un diario de su propiedad, se leía en octubre: “Se dice que los Adelson están decepcionados por el fracaso de Trump en cumplir la promesa de campaña de trasladar la embajada en el primer día en el cargo”. La decepción, para ellos, ha acabado.

La derecha religiosa

Con el reconocimiento de la capitalidad de Jerusalén Trump satisface también a una parte importante de su base: la ultraderecha cristiana. Esta sí fue trascendental para su victoria (le apoyaron ocho de cada diez blancos cristianos renacidos o evangelistas, unos 28 millones de votantes). Y es un grupo convencido de que la Biblia obliga a proteger el estado judío, algo que creen que juega un papel imprescindible para que se cumpla la profecía de la segunda llegada de Cristo. Tanto para ellos como para algunos judíos, Trump representa una nueva encarnación de Ciro, el rey pagano persa que liberó a los judíos en Babilonia y les permitió volver a Jerusalén a reconstruir el templo. Y el propio Trump ha hecho guiños a esa identificación, como cuando en marzo, en un comunicado celebrando el nouruz, la fiesta de año nuevo persa, citó a Ciro.    

Hay más motivos que explican la aparentemente extraña alianza de la derecha cristiana con un candidato personalmente alejado de sus principios y valores morales, como la elección del ultraconservador Mike Pence como su vicepresidente y una fuerte presencia de representantes de ese ultraconservadurismo social y religioso en su Administración y su equipo. Pero con Trump se consolida el peso del movimiento sionista cristiano, que lleva creciendo en EEUU desde los años 80, cuando el movimiento de la Mayoría Moral organizado por el pastor baptista Jerry Falwell y clave para victorias de republicanos hizo de Israel una prioridad política para el partido.

Pence, por ejemplo, habló en verano en una reunión del grupo Cristianos Unidos por Israel (un grupo liderado por el pastor radical John Hagee) y, como hizo la semana pasada en un acto celebrando el 70 aniversario del voto en la ONU que reconoció la soberanía de Israel, habló de la creación de la nación diciendo que “aunque Israel fue construida por manos humanas, es imposible no ver  ahí también la mano de Dios”.

Steve Bannon, el antiguo estratega jefe de Trump, pese a que carga las sombras de animar a supremacistas blancos y neonazis, se dirigía igualmente el mes pasado a una reunión de la Organización Sionista de América, otro grupo fuertemente financiado por Adelson: “No soy un moderado, soy un luchador. Y por eso estoy orgulloso de estar con el estado de Israel, por eso estoy orgulloso de ser un sionista cristiano”, declaró.

Frenar a Irán

El tercer motor de Trump es más difícil de confirmar pero se apunta como el gran elemento geopolítico clave en la decisión: un esfuerzo consensuado de Washington con actores clave de la región para frenar el creciente peso de Irán, evidente en lugares y conflictos como Siria, Yemen o Líbano. Y nada en ese campo es más trascendental que el potencial de que Arabia Saudí se acerque a Israel como nunca antes.

Ofer Zalzberg, un analista israelí consultado por Efe, destacaba el martes el papel que está jugando el príncipe Mohammed bin Salman, “que es joven, no está centrado en el conflicto palestino-israelí sino en Irán y podría querer hacer urgentemente algo que le permita contar con la ayuda israelí contra Irán, así que está dispuesto a escuchar otras opciones y tomar riesgos”.

Este miércoles un editorial de 'The New York Times', que reveló los supuestos planes que están negociando Bin Salman y Jared Kushner, que se han encontrado en al menos tres ocasiones, se leía también: “Algunos analistas dudan de que Trump quiera realmente un acuerdo de paz (entre palestinos e israelís) y dicen que cualquier posible propuesta puede pretender ser una tapadera política para que Israel y los árabes suníes, una vez enemigos, puedan intensificar su incipiente colaboración contra Irán”.

Riad y Washington han tratado de desmentir los planes publicados por el 'Times' pero nadie descarta el potencial giro de Arabia Saudí. Y este fin de semana, el propio Kushner, en una charla en el Saban Forum en Washington, aunque dio pocas pistas de su plan para el proceso de paz sí puso un foco notable en esa posibilidad.  “Muchos países en Oriente Próximo quieren lo mismo: progreso económico, paz para sus pueblos”, dijo. “[Por la amenaza de Irán y del Estado Islámico] muchos países en la región ven a Israel como un aliado mucho más posible de lo que era hace 20 años”.