Acampada prusiana
La protesta se desarrolla en un ambiente desenfadado, de colonia urbana, con una organización interna impecable Los presentes se protegen del calor y la humedad con toallas y paraguas
Son miles de botellas ya vacíos en la lucha contra el sol canicular y la humedad hongkonés. Los tapones van en una bolsa de basura, las botellas se chafan manualmente y van a otra. Veo tres bolsas de tapones. Decenas de jóvenes repiten similares procesos con otros despojos. «Las calles están cortadas, tenemos que cargar las bolsas hasta allí», me cuenta uno mientras señala un punto en el horizonte que no distingo. Enternece el nivel de detalle en el reciclaje cuando se intenta tumbar a un Gobierno. Son decenas de miles de concentrados y cuesta encontrar una colilla. Si alguien busca el hecho diferencial hongkonés sobre el resto de chinos, lo encontrará aquí.
El grueso de la protesta se concentra en Admiralty, frente al Gobierno local. Son miles de estudiantes, pocos por encima de los 25 años, con las camisetas negras y lazos amarillos del movimiento, y con tal respeto al mobiliario urbano que una carga policial sería obscena.
Se sientan en corrillos, departen y escuchan a los espontáneos que agarran el micrófono para soltar soflamas. Muchas universidades han secundado la huelga. «La mía no, pero no me importa perderme las clases, esto es más importante», señala un joven.
Es un ambiente de acampada desenfadado, como unas colonias urbanas, pero con una organización prusiana. Aquí está la zona del reciclaje. Allí la de los víveres. Galletas, pan de molde, cruasanes, todo separado en cajas. Allá la de las bebidas. Zumos, aguas y bombonas industriales de un famoso refresco. Y más allá, la de la guerrilla urbana. Todo de libre disposición. Existen cadenas de montaje más desordenadas que esta autogestionada concentración juvenil.
El calor, un peligro
Tras cinco días de protestas se intuyen dos peligros: el desalojo policial y el calor. Y el paraguas sirve contra ambos, de ahí que se hable de la Revolución del Paraguas. Los hay colgados de todas las barandillas. En el improbable caso de que aparezca la policía, disponen de algo más para defenderse del gas lacrimógeno. Tienen gafas de bucear de varios modelos, papel adhesivo transparente para ajustarlas a la cara, soluciones salinas para los ojos ya heridos, gasas, tiritas… todo en sus cajas, con su precinto y en cantidades industriales.
Es inevitable preguntarse quién paga todo esto. En las protestas tailandesas de los camisas rojas, fue un multimillonario quien sufragó el levantamiento de un poblado durante meses en Bangkok con bebida, comida y actuaciones musicales. Aquí prometen que llega todo de la iniciativa privada. «Colgamos en facebook lo que necesitamos, la gente va al supermercado y nos trae las cajas», asegura un joven.
La climatología es un peligro más real. Es necesario visitar Hong Kong para conocer la humedad. Los jóvenes se refugian en las sombras bajo las estructuras aéreas o en el centro comercial vecino con aire acondicionado. Muchos llevan toallas y paños mojados alrededor del cuello o sobre sus cabezas. El relevo es constante: tres chicas reciben las toallas usadas y las lavan dos veces sumergiéndolas en cubos con detergente antes de depositarlas en otro, ya convenientemente frías, limpias y perfumadas. «Los turnos con las toallas no pueden ser muy largos porque te acaba doliendo la espalda. Ahora iremos a ver qué más podemos hacer», revela una.
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