CITA ELECTORAL EN el gigante suramericano

Los brasileños aúpan por primera vez a una mujer como presidenta

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

A los 62 años, y después de una azarosa campaña electoral que incluyó golpes bajos de toda naturaleza, Dilma Rousseff convirtió ayer en la primera presidenta de Brasil. Le tocará administrar los destinos de la octava economía del mundo, con unos 193 millones de habitantes. Rousseff, la discípula de Luiz InácioLulada Silva, venció a José Serra, del Partido de la Social Democracia de Brasil (PSDB), con el 55,8% de los votos con el 97% escrutado. En la primera vuelta había obtenido casi el 47% de las adhesiones.

Dilma, como se la conoce en Brasil, encuentra un país pujante y sin sobresaltos en el horizonte. La coalición que forma el Partido de los Trabajadores (PT), al que pertenece, con fuerzas de centro y de derecha, le garantizará un Congreso ampliamente a su favor. La mitad de los estados también estarán de su lado.

Ocho años atrás se le abrieron las puertas del palacio Planalto a un extornero mecánico, líder de duras batallas contra la dictadura (1964-85). La llegada al poder de una mujer da cuenta de cómo se ha profundizado en los caminos de la participación en este país. La tendencia a ampliar los espacios democráticos hace que el cine brasileño imagine un tiempo no muy lejano en el que un presidente será de origen afrobrasileño.

LULA, GRAN VALEDOR / Pero el impacto cultural de la victoria de Rousseff ha sido atenuado por tratarse, en cierto sentido, de un triunfo compartido con el hombre que la designó heredera. Lula fue el gran elector de

Dilma. La flamante presidenta electa, a diferencia de Michele Bachelet en Chile, que hizo valer de entrada en el 2006 la cuestión de género en la contienda, decidió atar su suerte a la figura de una personalidad que despierta un fervor inédito.

«Nadie me va a separar de él», prometió Rousseff, renunciando a la autonomía. «Votar a Dilma es votarme un poquito», dijo el líder. Esto llevó al semanarioVejaa dibujar en su reciente edición a un Lula en traje de baño, con un coco en una mano y la banda presidencial tatuada en el cuerpo: «Él sale de la presidencia. ¿La presidencia saldrá de él?». En el interrogante coexisten ciertos prejuicios pero, también, lo que se cree inevitable: la influencia de Lula va a ser muy fuerte y se hará sentir en la conformación del equipo de ministros de la sucesora.

Según un sondeo de la Fundación Perseu Abramo, el 87% de los brasileños reconoce que hay aquí discriminación racial, pero apenas el 4% se considera racista. Con el machismo sucede algo semejante. Solo una minoría defendería esa bandera.

Lula llamó a Dilma «la madre de Brasil». Para la filósofa Carla Rodrigues no hizo más que subrayar el antiguo estereotipo de la mujer, aquel que valora lo femenino por su destino biológico, lo doméstico y aquello que sucede en una casa, «a pesar de que Rousseff no tiene su vida pautada por ideales de la familia».

BANDERAS DE COMBATE / Según Rodrigues, «tal vez el conservadurismo de la sociedad brasileña todavía no da espacio para que las mujeres lleguen al poder con banderas de combate a la desigualdad de género o de defensa de sus derechos». La interpretación no es descabellada: Rousseff será la presidenta de un país con una baja tasa de representación parlamentaria femenina, un 9%, apenas cinco puntos más que Haití.

Las cosas eran peores antes de que Lula creara la Secretaría Especial de Políticas para la Mujer y que se sancionara la ley que considera el maltrato doméstico y familiar una violación de los derechos humanos. Entre 1997 y el 2007 fueron asesinadas 42.532 mujeres. Las brasileñas están aprendiendo a denunciar la violencia. En los primeros siete meses, la policía recibió 343.063 llamadas, un 112% más que el año pasado.

En la campaña electoral no abundaron discusiones de esta índole ni tampoco programáticas. La moderación de los candidatos, con divergencias insustanciales en economía y política es, a criterio del diarioFolha de Sao Paulo «una señal de madurez del país». Los cambios radicales están fuera de agenda.