REACCIONES A LA PUBLICACIÓN DE LOS DOCUMENTOS SECRETOS

Aumenta la presión sobre EEUU por las filtraciones de Wikileaks

IDOYA NOAIN
LOS ÁNGELES

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Ni en su discurso semanal de los sábados radiado y emitido por internet, ni en el acto electoral en Minneapolis con el que por la noche cerró su más largo viaje de campaña desde que llegó a la presidencia, ni ayer en un día de descanso con tiempo para jugar al golf. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, no ha encontrado la ocasión de hacer ninguna referencia pública a las revelaciones sobre abusos en Irak de los casi 400.000 documentos filtrados por Wikileaks, que empezaron a salir a la luz el viernes. Y aunque crece la presión internacional para que Washington abra una investigación, la política interna puede prolongar el silencio.

Ayer el viceprimer ministro británico, Nick Clegg, fue el último en sumar su voz a la creciente ola que reclama a Washington una investigación, una depuración de responsabilidades y un cambio. Aunque dejó espacio a la Administración estadounidense -«supongo que querrán dar su propia respuesta y no nos corresponde decirles cómo hacerlo», dijo-, Clegg subrayó la «naturaleza extremadamente grave» del contenido de los documentos, cuya lectura definió como «desoladora».

«Todo lo que permita pensar que las reglas de base de la guerra, los conflictos y el combate han sido violados o que la tortura ha podido ser de cualquier modo tolerada es extremadamente grave y debe ser investigado», subrayó el viceprimer ministro. «La gente querrá oir una respuesta a lo que resultan ser muy graves acusaciones de una naturaleza que todo el mundo encuentra muy chocante».

TONO DE DECEPCIÓN / Como Clegg, también reclaman respuestas de Washington grupos de Derechos Humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch hasta organismos como Naciones Unidas. «El presidente Obama tiene la obligación de abordar los casos ocurridos», aseguró Manfred Nowak, relator especial de la ONU para la tortura, que usó también un tono de decepción: «Yo esperaba que este tipo de investigación hubiera sido lanzada hace tiempo porque Obama llegó al poder prometiendo cambio».

El silencio del presidente estadounidense (que en su etapa de senador se opuso a la guerra de Irak) puede resultar incomprensible desde la perspectiva política internacional, pero responde a una lógica doméstica. En ocho días hay elecciones locales y al Congreso (donde los demócratas podrían perder la mayoría) y la guerra no aparece en ninguna lista de temas que interesan a los votantes estadounidenses, por más que la de Afganistán sea ya la contienda más larga de la historia del país y pese a que 50.000 de sus soldados sigan desplegados en Irak.

Por ahora, como ya sucedió cuando Wikileaks filtró documentos sobre Afganistán, han sido otras partes de la Administración quienes han quedado al mando de la respuesta inicial ante la filtración de los documentos de Irak. Y, como entonces, han repetido estrategia: denunciar la filtración asegurando que pone en riesgo a soldados y la seguridad nacional y obviar cualquier mención a la autocrítica o la depuración de responsabilidades. Es lo que han hecho portavoces del Pentágono, militares (como el retirado general David Petraeus) y la secretaria de Estado, Hillary Clinton.

Más contundentes fueron las reacciones en Irak, donde el control y el respeto a los mínimos derechos humanos por parte de las autoridades quedan muy en evidencia en los documentos. Nuri Al Maliki, el aún primer ministro, ve objetivos políticos en las filtraciones y la oposición de Al Irakiya considera que prueban que «Irak es un país sin ley».