manifestaciones por todo el país
Los jóvenes retan a Sarkozy y cierran cientos de institutos
Antes de empezar a trabajar, ya están preocupados por su pensión. «¡No queremos morir currando!», clama una joven y combativa manifestante con el aplomo de quien sabe que no hay nada que tema más un Gobierno francés que ver a los estudiantes en la calle. Desde mayo del 68, siempre que los jóvenes han apoyado masivamente un movimiento social el presidente se ha visto obligado a ceder. Esta vez, aunque la reforma de las pensiones solo sea una excusa para mostrar su descontento, también tienen la llave del éxito del conflicto.
Un auténtico desafío para Nicolas Sarkozy. El presidente sigue confiando en que los ardores juveniles se deshagan como un azucarillo. Tiene algunos motivos para creerlo. Por ejemplo, el hecho de que los universitarios se mantengan al margen de la protesta. La única universidad que se había sumado a la movilización, Rennes 2, votó ayer en contra de seguir el paro.
El movimiento juvenil está, pues, liderado por los alumnos de instituto, que han paralizado 306 centros según el Ministerio de Educación y 900 según los sindicatos de estudiantes. Más que las manifestaciones, que cada vez son más numerosas, lo que inquieta al Ejecutivo es que la situación degenere en disturbios, puesto que si un joven pierde la vida o resulta gravemente herido -ya se ha producido un caso de un muchacho lesionado en un ojo por una bola de goma disparada por la policía- es previsible que el movimiento se radicalice.
DENUNCIA DE MANIPULACIÓN / Por eso, el Gobierno se ha lanzado en bloque a criticar a la socialista Ségolène Royal, que durante una intervención en el telediario de mayor audiencia animó a los jóvenes a salir a la calle para defender su jubilación. Aunque precisó que debían hacerlo de forma pacífica, el Ejecutivo en pleno se ha colgado de sus palabras para acusar a los socialistas de «manipular a niños de 15 años» y pide a los padres que asuman su responsabilidad. El jefe del Estado confía también en que las vacaciones de otoño, que empiezan dentro de una semana, jueguen un papel determinante en la desactivación de la protesta. Eso permitiría a Sarkozy presentarse ante su electorado como un presidente que no cede al chantaje de la calle, lo cual constituye toda una hazaña en Francia.
Falta ver si, en los próximos días, la revuelta estudiantil se generaliza y aglutina el descontento de los franceses con un Gobierno acusado de favorecer a los ricos en un contexto de crisis. De momento, el hecho de que el poder en plaza les tratara de «niños» en lugar de jóvenes ha encabritado los ánimos. Tampoco les ha gustado que les consideraran manipulables. Empieza a ser una cuestión de orgullo y de demostrar de su poder de convocatoria para obligar al presidente a doblegarse con pancartas como esta:Sarko, estás jodido, la juventud está en la calle.
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