COMPLEJA RELACIÓN FRATERNA CON DESTINOS DISPARES EN ARGENTINA
Gloria y drama familiar
Dos hermanos, dos destinos. Uno conquista el cénit y es objeto de veneración. El otro, que quizá imaginaba la gloria para sí, se hunde en el fango y es su propio infierno. Los nombres de estas historias pueden ser intercambiables, pero siempre mantienen su eficacia dramática. En este caso se trata de Carlos Tévez y Juan Alberto Martínez.
El primero es ídolo del Manchester City y de la selección argentina de fútbol: se ha hecho a sí mismo en un ecosistema hostil. Su hermano no pudo escapar a cierta lógica determinista que azota a los jóvenes marginales argentinos. Acaba de encontrar la fama, pero por razones que, en rigor, encubren una trama social. Su rostro desencajado se imprimió en los diarios. La cámara lo retrató en el juzgado donde fue condenado a 16 años de prisión por un delito cometido dos años atrás.
La cicatriz invocada
En el 2008, Martínez y su cuñado, Carlos Alberto Ávalos Verón, se disfrazaron de agentes de seguridad para tratar de robar un furgón blindado en una gasolinera. Cuando se conoció la sentencia, Carlitos, el jugador del pueblo, se llamó a un riguroso silencio.
El aclamado y el condenado comparten madre y padre. La miseria común hizo que llevaran apellidos diferentes. Casi no se hablan, pese a que Tévez se hizo cargo de todos los gastos de la defensa.
El atacante del City fue abandonado por su madre biológica cuando tenía seis meses. Lo dejó al cuidado de su hermana Adriana y su cuñado Segundo Tévez, poco después de que una tetera con agua hirviendo cayera sobre Carlitos. En su cuello quedaría estampada una gran cicatriz y algo más: una marca de origen que una y otra vez es invocada.
Por eso es que Tévez considera que sus tíos son sus padres verdaderos y sus cuatro primos, hermanos de la vida. Con ellos creció en el barrio Ejército de Los Andes, que toma su nombre de un episodio de la gesta de la independencia, pero que fue bautizado como Fuerte Apache. En el borde oeste de la capital argentina, se ha convertido en sinónimo de peligrosidad. La televisión siempre se refiere a esa topografía en clave catastrófica. Drogas, armas que escupen de manera incontinente por las noches, violencia familiar, adicciones precoces, deserción escolar, no configuran el mejor entorno para un niño o un adolescente.
El carácter heroico de Tévez se ha forjado en ese escenario degradado. Hasta la publicidad multinacional convirtió en consigna su proeza. Al levantar la figura del ídolo del City, Nike exalta clamorosamente la «cultura Apache». El barrio a veces funciona como una suerte de parque temático de esa hazaña personal. Los que se atreven a ir, acompañados por algún guía, siempre se cruzan con un vecino que les cuenta una anécdota. «Sí, por aquí lo veíamos», repiten, para complacer a los curiosos. «Sí, todavía tiene a algunos familiares, pero él no los ayuda a todos», revelan otros.
Cada vez que regresa de Inglaterra, rodeado de matones y agentes que velan por su imagen, Tévez recorre Buenos Aires con uno de los tres Audi R8 existentes en Argentina. En menos de una década ha acumulado una enorme fortuna a fuerza de golear en el Boca Juniors, el Corinthians de Brasil, el Manchester United y, desde hace dos años, el Manchester City, para el que marcó el sábado un gol decisivo ante el poderoso Chelsea.
Pero Carlitos dice y repite que no deja de recordar dónde se ha criado. En el 2004 formó con sus viejos amigos una banda de cumbia y reguetón, los Piola [astuto] Vago. La vulgaridad de las canciones no deja de ser un documento del habla y el comportamiento de los miles y miles de argentinos que no trabajan ni estudian: «De qué te la das che gil atorrante/ si vos en mi barrio sos un vigilante [policía]».
Vieja discordia
Lo poco que parecen compartir Tévez y su hermano son los gustos musicales. El juicio puso en escena viejos enconos, como en un culebrón. Dicen no obstante que cuando Martínez fue atrapado en Fuerte Apache, advirtió a los policías de que ya se iba a enterar Carlitos de lo que estaban haciendo.
Martínez dijo luego al tribunal que el Pitbull que salía en las escuchas telefónicas era el astro -así lo llamaban antes de ser famoso- y no él: «A mí me conocen como el Pelado». La fiscal desmontó la táctica y, sin proponérselo, desveló una vieja discordia, la de dos hombres y dos destinos: dos caras de una misma moneda familiar y, a la vez, de un drama que los excede.
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