IMPORTANTE CARGO EN LAS NACIONES UNIDAS

La voz de las mujeres

Michelle Bachelet es nombrada directora de la nueva agencia de la ONU para la mujer, avalada por Obama y por su trayectoria como firme impulsora de políticas de igualdad

Bachelet, en un acto para mujeres africanas.

Bachelet, en un acto para mujeres africanas.

ABEL GILBERT / Buenos Aires

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«Tengo la confianza de que bajo su firme liderazgo podemos mejorar las vidas de millones de mujeres y niñas en todo el mundo». La sonrisa del surcoreano Ban Ki-moon suele ser inescrutable. Pero ayer fue transparente. El secretario general de la ONU anunció la designación de la expresidenta de Chile Michelle Bachelet como directora de las Naciones Unidas para los asuntos de la mujer (ONU-Mujer).

La agencia tendrá una autoridad similar a la de UNICEF y comenzará a funcionar en enero. Agrupará a cuatro organismos: el Fondo de Desarrollo para la Mujer (Unifem), la División para el Avance de las Mujeres (DAW), la Oficina de Asesoramiento para Cuestiones de Género y el Instituto de Investigación y Capacitación para el Avance de la Mujer (Instraw).

Bachelet, quien tendrá el rango de subsecretaria general de la ONU, fue elegida entre 26 candidatas. Estados Unidos hizo valer su influencia para que fuera nombrada. Pesaron las buenas relaciones que había entablado con Barack Obama, pero también la fuerza simbólica que emana de su biografía política y familiar y sus políticas por mejorar los derechos de las mujeres en un país tan conservador y machista como Chile , donde el aborto está prohibido y no se legalizó el divorcio hasta el 2004.

Como presidenta, Bachelet, separada y madre de tres hijos, trató de romper con las viejas políticas. Contra viento y marea, decretó la distribución gratuita de la píldora anticonceptiva a las chicas mayores de 14 años. Triplicó las plazas de guardería, impulsó la lactancia materna en los centros de trabajo y multiplicó las campañas contra la violencia machista. Al frente de un Gobierno paritario, no logró sin embargo, que el Congreso votara su proyecto de ley sobre la paridad en política y tampoco un reglamento destinado a reducir las diferencias salariales entre hombre y mujer.

«Yo reunía todos los pecados capitales juntos: socialista, separada, no religiosa», dijo alguna vez sobre sí misma, no sin cierta ironía, cuando salió a disputar la presidencia del país. Ella nació el 29 de septiembre de 1951. La dictadura de Augusto Pinochet la encontró estudiando Medicina. Tenía 22 años y era parte de las Juventudes Socialistas. A partir del 11 de septiembre de 1973, la vida la llevó por senderos trágicos. Su padre, el general Alberto Bachelet, fue asesinado por sus propios camaradas de armas. Bachelet y su madre fueron llevadas a Villa Grimaldi, un campo de concentración de la policía secreta (DINA). «Me empezaron a interrogar. Me torturaron. Me cuesta recordar, como que se me bloquearon los malos recuerdos. Pero lo mío no fue nada al lado de lo que sufrieron otros», dijo.

Ambas marcharon al exilio. Estuvieron en Australia y en Alemania del Este. Allí Bachelet obtuvo el título de cirujana en 1982 y después se especializó en pediatría y salud pública.

A mediados de los años 80 era parte del sector duro del socialismo que buscaba echar al dictador con una activa política de masas. Las lecciones del plebiscito que, en 1988, marcó el comienzo del fin de Pinochet la iniciaron en el camino de la moderación. No figuraba en sus planes el ascenso político. Los acontecimientos se precipitaron desde el instante en que el presidente socialista Ricardo Lagos la nombro ministra de Salud y luego de Defensa.

En abril de 2004, Bachelet asistió a un concierto de Joan Manuel Serrat en el Centro Cultural Mapocho. Esa noche, Serrat cantó Princesa: Tú no has de ver consumida / como la vida pasó de largo / maltratada y mal querida / sin ver cumplida ni una promesa. Y a Bachelet por primera vez la aclamaron «presidenta».

Final con terremoto

Dos años más tarde sucedió lo impensable para la tradición machista chilena: una mujer fue elegida para gobernar el país. Bachelet terminó su mandato con una aprobación del 84%, pero no pudo trasladar esa enorme popularidad al candidato de su coalición, Eduardo Frei. Le tocó, por lo tanto, traspasar el mando a magnate de la derecha, Sebastián Piñera.

Dos semanas antes de abandonar el cargo le tocó hacer frente a un violento terremoto en el sur. «A pesar de observar personalmente saqueos y robos en Constitución y contar con información sobre las situaciones de desorden social en las regiones afectadas, la expresidenta postergó inexplicablemente la decisión de decretar estado de excepción», sostiene una reciente evaluación oficialista de aquellos episodios en los que murieron cientos de personas.

Bachelet no ha escapado de las responsabilidades. Ahora le toca afrontarlas como directora de la ONU-Mujer.