CALVARIO DE LOS 'SIN PAPELES' EN MÉXICO
"Se van al 'secuestradero'"
Amenazado por Los Zetas y odiado por la policía, un sacerdote mexicano alberga a emigrantes y trata de protegerlos de las matanzas y los secuestros "cotidianos"
Alejandro Solalinde sale de noche a la vía cuando llega la bestia, el tren de la muerte, y ofrece albergue a los sin papeles centroamericanos que a centenares llegan a Ixtepec, en el estado mexicano de Oaxaca, estación de un largo calvario hacia EEUU. Este sacerdote fue el primero en denunciar, hace más de tres años y medio, que Los Zetas, que lo tienen amenazado, secuestraban y mataban a inmigrantes en Chiapas y Oaxaca, en el sur; advirtió de que el fenómeno se iba a extender a todo el país. La policía lo golpeó y lo metió a la cárcel. Ahora las muertes llegan hasta Tamaulipas, en la frontera norte. «No es posible cuantificarlo, pero esto es cotidiano», afirma.
La matanza de 72 inmigrantes en un rancho puso al descubierto la magnitud de un negocio criminal que se repite a diario en el camino de los sin papeles, en medio de leyes obsoletas, policías corruptas y organismos infiltrados por el narcotráfico. Los emigrantes de más al sur se han convertido en carne de cañón o de rescate de Los Zetas. O en restos carbonizados. Solalinde lamenta: «El momento tan difícil que vive el país se ensaña sobre todo con los migrantes, porque son los más vulnerables».
La policía, otro peligro
Como coordinador de la Pastoral de Movilidad Humana, el eclesiástico ha visto en cinco años «un Instituto Nacional de Migración (INM) completamente infiltrado desde abajo, con solo algunos directivos de buena voluntad; una delincuencia sumamente fortalecida, cada vez más organizada, y toda la fuerza del Estado enfocada a cumplir el Plan Mérida contra el terrorismo y el narcotráfico, que también prevé la detención del flujo migratorio hacia EEUU». Eso se hace, además, «siempre con violación de los derechos humanos». Hasta la policía federal, encargada de las operaciones del INM, asalta por su cuenta a los grupos de indocumentados, como ocurrió hace tres noches en la estación anterior.
«Hay una gran corrupción y, arriba, las personas que mandan y las instituciones no están coordinadas, incluso a veces tienen rivalidades». Solalinde le echa en cara al Gobierno que «no hay voluntad política de parar esta matanza, este calvario que vive el migrante». Se lo dice incluso a los funcionarios de Presidencia y el Ministerio de Gobernación: «Todo esto que está pasando bien pudiera ser una estrategia de Estado para desalentar a los hermanos centroamericanos y suramericanos para que ya no vayan a EEUU». Y añade: «Es muy cruel, pero no hay otra explicación ante los hechos».
Las paredes oyen
Los sin papeles descansan tres días en Ixtepec antes de encaramarse al mercancías que sale hacia Veracruz. Hoy se han ido unos 200 y aún quedan 40 en el albergue. «Se van otra vez al secuestradero, porque no hay otra: sé que no lo van a evitar», lamenta el sacerdote. Siempre les da el número de teléfono, y les pide que lo memoricen y llamen al llegar a su destino. «Pero aquí siempre hay gente de Los Zetas que nos está escuchando», dice.
El sacerdote acaba de volver de Arizona, donde se encontró con «muchachos que pasaron por aquí». Él mismo ha viajado varias veces en ese tren de la muerte y por aquel desierto, como cualquiera de los millares de sin papeles a los que ha ayudado. «No podría entenderlo si no lo hago. He visto cosas terribles. Desde el agua que beben de los charcos o la que resbala por los vagones, hasta...». Ahora sabe de un nuevo secuestro masivo, «de los cotidianos», que no puede revelar pero que «también puede acabar en tragedia», como el de hace 20 días en Tamaulipas o tantos otros que no han salido a la luz.
Solalinde se ha peleado con todos los cuerpos policiales, pero en cambio encontró en el tren el respeto y la protección de los temidos mareros, jóvenes de las bandas centroamericanas. «Son las principales víctimas de un sistema social fallido -afirma--. Muchos trabajan para Los Zetas porque les pagan, lo que no saben es que de ahí ya no van a salir. Cuando ya no les sirven, los matan, porque saben demasiadas cosas». Como matan y hacen desaparecer a los inmigrantes que no pagan rescate o se niegan a convertirse en sus esbirros.
«Definitivamente», la narcoguerra ha venido a empeorar toda esta situación. «El flujo migratorio era limpio, pero se metieron el narcotráfico, trafico y trata de personas, de órganos, de todo. Y encima esa es la justificación del Gobierno para tratar ese flujo como un problema de seguridad», dice Solalinde. Esta noche saldrá de nuevo a la vía del tren cuando llegue la bestia.
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