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Artículo: La independencia no es ilegal, ¿y ahora qué?

Jordi Vaquer

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El esperado dictamen del Tribunal Internacional de Justicia de la Haya no cierra el contencioso sobre la independencia de Kosovo, pero sí supone entrar en una fase nueva. El Gobierno serbio nunca se hizo ilusiones respecto a la probabilidad de que el tribunal le diese simplemente toda la razón y que ello hiciese cambiar de opinión a los países que ya reconocían a Kosovo (69 de los 192 miembros de la ONU, 22 de los 27 de la UE). Pero, sin duda, no esperaba un veredicto tan desfavorable. El actual presidente serbio,Boris Tadic, y su ministro de Asuntos Exteriores,Vuk Jeremic, repitieron insistentemente que había que esperar al dictamen de La Haya, pero ya antes del desenlace aseguraban que, en cualquier caso, Serbia nunca reconocerá a un Kosovo independiente. Acudir a La Haya, por lo tanto, no fue una genuina consulta jurídica sino una maniobra política que, a lo largo de casi dos años, les permitió cosechar un voto favorable a la consulta en la Asamblea de las Naciones Unidas y detener la hemorragia de reconocimientos. Dos logros importantes para un Gobierno democrático serbio que necesita acallar a la oposición ultranacionalista.

Con un veredicto inequívoco en contra, el tiempo deja ahora de jugar a favor de Serbia. Su siguiente paso, ya anticipado, será intentar obtener en otoño el apoyo de la Asamblea General de las Naciones Unidas a una resolución que reclame negociaciones directas entre las partes. De nuevo, una iniciativa que no trata de resolver el contencioso sino de ganar tiempo y dejar fuera de juego no tanto a las autoridades kosovares cuanto a la oposición interna.

Cuando ambas partes ya han anunciado que no piensan renunciar a la soberanía, cabe preguntarse para qué más servirían unas negociaciones directas. Todo parece indicar que, como filtró la prensa serbia hace unos días, el Gobierno de Belgrado baraja como alternativa lo que lleva años promoviendo sobre el terreno: la alteración de la frontera para incluir en Serbia a los municipios del norte de Kosovo (de mayoría serbia) a cambio de un reconocimiento de hecho de la independencia del resto. Así, los serbios conseguirían en Kosovo lo que fracasaron en obtener en Bosnia Herzegovina y Croacia: una revisión de las antiguas fronteras internas yugoslavas para no tener que vivir como minoría en los nuevos estados.

Para el Gobierno del Kosovo independiente, en cambio, se abre una ventana de oportunidad. Con Estados Unidos, principal valedor de la República de Kosovo, y otros estados amigos, han preparado una serie de reconocimientos destinados a romper la parálisis en la que la espera del dictamen sumió al proceso de legitimación de la independencia kosovar. Aquí la aritmética y el tiempo serán importantes: si, como parece probable con un dictamen tan claro a su favor, Kosovo y sus aliados consiguen generar antes de otoño una ola de reconocimientos importante (entre 20 y 30 países más), los que reconocen a Kosovo serán ya mayoría en la Asamblea de Naciones Unidas o estarán muy cerca de serlo. Así Serbia verá muy reducido su campo de actuación en la ONU, hasta la fecha el ámbito privilegiado para defender sus tesis. Pero, aunque el número de reconocimientos aumente, a algunos países les podría interesar mantener el conflicto abierto para alimentar su peso declinante en la región (Rusia), irritar a Estados Unidos (Cuba, Venezuela), cuestionar la hegemonía occidental (India, Brasil) o por temor al precedente de la secesión (China, Chipre).

Al Gobierno español le corresponde ahora reaccionar. España no solo no reconoció a Kosovo, sino que hizo campaña activa contra su reconocimiento, dificultó su inserción internacional y presentó sus argumentos en el proceso en el Tribunal Internacional de Justicia. Todos esos argumentos fueron rechazados por el dictamen de ayer. La ocasión es ideal para rectificar la posición y así facilitar la tan necesaria recomposición de la unidad de acción de la Unión Europea. Reconociendo una independencia irreversible, y promocionando este reconocimiento entre los socios europeos y amigos latinoamericanos todavía renuentes, España ayudará a Serbia a alejar cualquier quimera de recuperar la soberanía sobre Kosovo y a resistir la tentación de reabrir el mapa balcánico con modificaciones de fronteras. Esta es la mejor manera de apoyar a los demócratas de Serbia que quieren que su país deje atrás un pasado oscuro y encare un futuro mejor como socio de todos sus vecinos balcánicos, incluido Kosovo, en una Unión Europea ampliada.