LA LACRA DEL COMERCIO DE SERES HUMANOS
Esclavas de África
Las nigerianas secuestradas por Boko Haram «ya tienen un destino», asegura a EL PERIÓDICO un exmiembro de la organización terrorista. No pertenece al grupo yihadista desde el 2012, pero mantiene el contacto con algunos de sus líderes. En todo momento hace alusión al casuamata, que en la lengua nigeriana houssa significa mercado de mujeres. En el casuamata las capturadas son expuestas para su venta. Hasta ahí acuden clientes autóctonos y extranjeros, entre los que figuran los saudís. Eso sí, cualquiera no merece ser rescatada de los tentáculos de estos criminales aspirantes a crear un estado islámico en el norte de Nigeria.
El primer requisito del demandante es que la «mercancía» que se adquiera sea pura, es decir, virgen. ¿Morbo o precepto religioso? «Evidentemente lo primero», responde el nigeriano. Una joven «pulcra» representa riqueza rápida. «Más de 10.000 euros puede valer una chica que no haya mantenido antes relaciones sexuales. Aporta más beneficios incluso que el tráfico de cocaína», explica el exintegrante de Boko Haram, que asegura haber entrenado a mujeres «en contra de su voluntad en la activación de bombas C4 para cometer atentados contra comisarías de policía en Nigeria».
El secuestro de las más de 200 chicas que se encontraban en el instituto y el anuncio de su mercantilización han sacado a la luz un fenómeno que existe, al menos, desde hace dos décadas pero nunca ha despertado la sensibilidad que merece entre los mandatarios africanos e instituciones occidentales. Hubo que esperar al desgarrador testimonio de una joven nigeriana que logró escapar del grupo terrorista para que la comunidad internacional reaccionara. Su relato incluía persistentes violaciones sexuales contra las menores, hasta 15 veces al día.
La red mundial de trata de mujeres, expuestas a la esclavitud laboral y sexual, ha crecido vertiginosamente desde el cuerno de África y el África subsahariana hasta alcanzar Oriente Próximo o Europa. Un informe de la ONU contra la droga y el crimen organizado indica que cada año más de 5.000 mujeres africanas están expuestas a las mafias, de las que «un 79% son sometidas a la violencia sexual» y «un 18% a la explotación doméstica». El Fondo de Población de Naciones Unidas (UNPF) aporta un dato más global: «Más de 700.000 mujeres de todo el mundo cruzan cada año de una frontera a otra en manos de criminales que las explotan sexualmente».
LATIGAZOS / Para las víctimas es un viaje hacia la muerte en el que se dejan embaucar por una cuestión de supervivencia u obligación. Muchas africanas piensan que encontrarán un trabajo; otras fueron vendidas por sus familias. «Quiero escapar de la madame, pero ¿cómo puedo hacerlo? ¿Quién me protegerá después?». Del testimonio de Alima, de 29 años, se desprende humillación y desesperación. Escapó de su casa en Conacry tras recibir palizas diarias de su marido imposibles de olvidar. En su espalda permanecerán siempre las profundas marcas que su esposo le dejó a base de latigazos.
Era el 2010 y en los momentos de zozobra cualquier salida a su infierno era una solución. «Un hombre me propuso acompañarle con otras cinco mujeres y salvarme de mi situación. Salimos en coche de Guinea Conacry, cruzando Senegal y Mauritania, hasta alcanzar el Sáhara Occidental y luego Rabat». Lo que Alima desconocía era que perdería todos sus derechos y su dignidad: «Me obligaron a prostituirme en cada uno de los países que atravesamos hasta hoy, que dependo de la madame», explica.
Alima, con un hijo y enferma del sida, dejó de soñar y hoy vive rodeada de hombres, sus clientes, en un prostíbulo de un barrio popular de la capital del reino alauí, invisible ante el mundo. Su trayecto fue el mismo que utilizan las redes de tráfico de inmigrantes y que suelen partir desde Guinea Conacry, Senegal, Costa de Marfil, Nigeria, Níger o Mali hasta llegar a Europa. Desde Etiopía y Eritrea existe otra autopista que conduce a las mujeres hacia Oriente Próximo y en embarcaciones hasta Yemen, donde la explotación doméstica se ha vuelto un negocio floreciente.
Karina, también nigeriana, no fue vendida por Boko Haram, pero sí por su familia, posiblemente por unos 600 euros. Después debió asumir y pagar esa deuda durante un trayecto incierto. Como cualquier en su situación, nunca supo dónde estaba ni hacia dónde iba. Karina era un «producto» de 21 años, madre de un bebé. «Creo que me vendieron cuatro veces de un traficante a otro. Durante la ruta me violaron y me agredieron física y sexualmente», explica ya sin lágrimas, pero con profunda indignación.
Que la obligaran a mantener relaciones sexuales ocho veces al día fue decisivo para declararse «víctima de la trata». La Organización Internacional de Migraciones (OIM) ya la ha puesto de camino a la libertad, repatriándola a su país. Pocas mujeres como Karina se han atrevido a alzar la voz contra la esclavitud.
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