Estrategias oblicuas

La crisis de la democracia

Manifestación en la plaza de Neptuno de Madrid contra los Presupuestos del Gobierno.

Manifestación en la plaza de Neptuno de Madrid contra los Presupuestos del Gobierno. / dl

IGNACIO Escolar

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¿En qué momento el adjetivo 'político' se llenó de connotaciones negativas? ¿Por qué decir que "ha sido una decisión política" o "un debate político" es algo peyorativo? ¿Cuándo la política dejó de ser el remedio para convertirse en la enfermedad? Y la pregunta más importante: ¿hay una solución a la terrible situación actual que no pase por la política, por su recuperación como herramienta para la transformación de la sociedad?

La política sufre hoy una terrible contradicción: nunca ha sido tan débil y, al mismo tiempo, tan necesaria. Es la misma derrota de otros pilares democráticos: la prensa, los sindicatos, la justicia¿ Nunca ha habido tanta demanda de información y tantos periodistas en paro. Nunca la defensa de los derechos de los trabajadores ha sido tan imprescindible ni los sindicatos han estado tan depauperados. Nunca los jueces han tenido tan mala imagen ni ha sido tan reivindicada la palabra justicia.

El mismo paisaje

Cada una de estas crisis tiene sus características propias, pero el paisaje de fondo es el mismo. Es la crisis de la democracia, un proceso que comenzó hace décadas: desde la caída del muro de Berlín, que dejó sin competencia ideológica al bloque occidental; desde el éxito económico del capitalismo comunista chino, que demostró al mundo que se podía liberalizar la economía sin que llegasen al tiempo las libertades individuales. Al igual que con otras corrientes de fondo -como el desmantelamiento del Estado del bienestar- la crisis económica ha acelerado el proceso. Se ve en las encuestas que sitúan a la política como el tercer problema. Se ve en las urnas, donde la abstención aumenta y los grandes partidos retroceden. En la impotencia de la política para solucionar los problemas de los ciudadanos. En la percepción de que las decisiones importantes se toman muy por encima del Congreso de los Diputados.

El economistaDani Rodriklo plantea como un «trilema». Democracia, Estado nación y globalización: elige dos de tres. Puedes ser un Estado nación globalizado, como China. Pero para salvar la democracia y el bienestar hay que renunciar al Estado nación y elevar la soberanía a un paraguas mayor. Como explica el sociólogoIgnacio Urquizuen su imprescindible ensayo 'La crisis de la socialdemocracia: ¿qué crisis?' (Editorial Catarata), en eso debería estar la izquierda en Europa si quiere recuperar su discurso: en construir una verdadera UE política donde las decisiones se tomen de forma democrática. Lo otro, una economía común sin soberanía compartida, nos lleva a un desencanto con la política que solo puede terminar en el autoritarismo o en el estallido social. O en ambas cosas al mismo tiempo.