Punta de cuchillo

El pan de exhibición

PAU ARENÓS

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Atender los cambios en los locales comerciales de la ciudad es una forma de sociología callejera y perruna. Los espacios se llenan o vacían al ritmo de vicios y deseos, un burbujeo con sonoros plops.

Hubo videoclubs, hubo inmobiliarias, hubo fumarolas de cigarrillos electrónicos, rápidamente aventadas. Este es el momento de la panadería chic, del pan de exhibición, más boutique que horno, expendeduría antes que lugar de trabajo para la larga fermentación y la noche de harina.

Una cosa son las tahonas y el regreso a la masa madre -la palabra madre siempre genera buen rollo-; otras, esos espacios con buen interiorismo y poca miga. Los clientes compran o se sientan para «una degustación», esa es la expresión con tilín, sin saber que en la trastienda solo hay arcones con congelados.

No es rústico, es plástico. Comprar una de esas barras es abrazar la escayola. La adquieres por la mañana y por la noche -un garrote- podrías dar bastonazos.

Cerrarán los despachos oportunistas, maquillados de artesanos. ¿Cuál será la siguiente ocupación? Por favor, que no se ponga de moda el falafel de autor.