Punta de cuchillo

Gintónic con harina

PAU ARENÓS

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El gintónic y su reinado de alta graduación siguen. Los tronos jubilan reyes, pero en los cócteles manda el mismo destilado pese a las intentonas del vodka y sus huestes de hielo. No soporto el combinado por culpa de la tónica, que deja en la boca un pegote medicinal, aunque la última generación de burbujeo blanco ha suavizado el amargor. Un día fui capaz de beberme una, aunque con muecas de hermano Calatrava.

A principios del siglo, en el Museo del Whisky de San Sebastián, que junto con el Dickens de la misma ciudad fueron los precursores de las transparencias alcohólicas, ofrecían caramelos de gintónic como complemento a la bebida, que ennoblecieron sacándola del tubo. Desde entonces, la copa es la pila bautismal.

Ay, la buena fe de los barmans donostiarras ha sido ahogada por la riada. ¡Hasta hornean panes de gintónic! No he probado el de Santagloria, pero sí el bocata de Mössdpà. Habría que reformarlo: la mermelada de frambuesa acompaña mal a la butifarra.

En secreto les diré que hace meses que horneo en casa pollo al gintónic. Evaporado el mejunje, el ave perdona la atrocidad.