Punta de cuchillo

Comer de la mano

PAU ARENÓS

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Los banquetes a cuatro  -o más manos- de superchefs suelen derivar en ofrendas a los egos o en una sucesión de platos, tediosa y apabullante, que finalizan horas después con el suicidio colectivo de los comensales. Nada de eso pasó la noche del miércoles con la inmersión conjunta de Carme Ruscalleda y Ángel León en el Bistreau del Hotel Mandarin, en Barcelona.

Decidir a dos un menú es difícil, y demasiadas veces, antinatural, si bien aquí compartían territorio: ese mar que es dos y es uno, el Mediterráneo (Sant Pau/Moments) y el instante en el que se sumerge en el Atlántico (Aponiente). La caballa en adobo, las gambas sobre torrada de mar, la empanadilla de sepia con curri, la espardenya con arroz y la piel de esa misma holoturia como vestido, denso y salaz, de un pulpo.

Hubo un plato que ni siquiera lo era: una moneda de plancton depositada en el dorso de la mano. Ángel ha afinado aquel gusto bravo del plancton primigenio hasta esta finura con profundidad. De la mano -ese pliegue que queda cuando el puño se cierra- a la boca. La piel tibia como soporte.

No es posible intimar más con un producto.