Punta de cuchillo

Bañado en kétchup

PAU ARENÓS

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En aquella localidad, todos los restaurantes y bares estaban especializados. Con el inconveniente de que la oferta era la misma. Gintónics, burgers y vermuts. Y sus camaradas de carta y cortedad: tartar, burrata, bravas, croquetas, comidas en pequeña ración que no alcanzaban la categoría de plato completo.

O eso que llamaban kobe con una frivolidad que rayaba el abuso, aunque la carne nunca hubiera salido del puerto japonés del mismo nombre, puesto que procedía de cabañas de vacuno de raza wagyu en el exilio.

Algún propietario atrevido rompía el protocolo e incorporaba una variación revolucionaria, que los demás apresuraban a copiar para complacer a unos clientes que a los pocos días se hastiaban de las abusivas repeticiones. Sucedió con el vodkatónic, alternativa al gintónic, que tampoco se libraba de ser emparejado con la botánica. Los llamados bartenders actuaban con tijeras de podar y otros instrumentos filosos para recortar los arbustos que coronaban las copas.

Nadie recordaba cuándo comenzó esa selección de tapas iguales. La variedad de burgers era tan grande que contrataron a un contable para que las numerara. Miles de años después, cuando los arqueólogos desenterraron las ruinas de aquella ciudad, encontraron un cartel bañado en kétchup: Barcelona.