Dos miradas

POR JOSEP MARIA FONALLERAS Y EMMA RIVEROLA

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Un error mortal

J.M. FonallerasEscritor y periodista

Carles Mascort Yglesias es un conocido abogado de Girona que falleció el pasado 4 de mayo. Me lo explica él mismo, risueño y divertido, pero también indignado y conmovido, ante una copa de vino del Priorat. Es decir, a estas alturas tiene una salud espléndida y el sentido del humor cáustico y discreto de siempre. La noticia de su fallecimiento la recibió mientras iba a hacer una gestión personal en las oficinas de una entidad de la que es socio. Una de las secretarias lo abrazó con un entusiasmo que no se correspondía con el trámite sin importancia que estaba haciendo. «¡Creía que habías muerto!», le dijo la chica; y él, haciendo evidente, con su mera presencia, la falsedad de la noticia, investigó y descubrió una página web mortuoria llamada Rememori.com en la que pudo comprobar que, en efecto, había un registro obituario con su nombre.

Esta página informa de los muertos en toda España y también tiene noticias funerarias curiosas, como los rituales judíos para el sepelio. Facilita detalles de floristerías y de otras empresas relacionadas con el sector y se presenta como «la mayor base de datos de esquelas en internet». Pero Mascort está vivo, y por muchos años. Como Huckleberry Finn, habrá podido asistir a su funeral. Se toma el descomunal error como la premonición de una larga existencia, feliz y enriquecedora.

El retrato feo de Carla

E. RiverolaPeriodista

Carla Bruni vuelve a ser la protagonista. Pero esta vez no es su culo, ni sus mohines, ni su capacidad de seducción lo que enciende los titulares. No son las imágenes de su vestido gris ceñido ni de sus curvas sinuosas al subir un escalón. Tampoco son las voces escocidas por esos despliegues las que dictan las palabras.

Los medios gubernamentales iranís han cargado contra la esposa de Nicolas Sarkozy tachándola de prostituta por defender a Sakineh, la mujer condenada a lapidación. Ante la indignación del Gobierno francés, la prensa de Teherán ahonda en el desprecio y afirma que Bruni merece la muerte por su vida inmoral.

Y de repente, una nueva imagen de Bruni nos estalla en la mirada. Es un retrato feo, muy feo. De pesadilla. Una estampa que nos cuesta procesar, como si un diabólico cruce de cables hubiera trastocado las coordenadas del espacio. Carla Bruni con el cuerpo enterrado por encima del pecho y el rostro de muñeca deformado por los impactos de las piedras (ni muy pequeñas, ni muy grandes, como manda el artículo 104 del código penal de la República Islámica de Irán, que no el Corán). Imposible, nos decimos. Aquí, no. A ella, no. A nosotras, a nosotros, no. Y alzamos muros en las fronteras de nuestra mirada. No soportamos la proximidad de ese retrato. Preferimos pensar que es otro rostro, otra piel muy lejana la que se enfrentará a la barbarie.