Sara Montiel & Ramon Mercader

Un vuelco en el guion

¿La actriz y el asesino de Trotsky tuvieron una hija en México? ¿La niña fue robada? ¿La artista sufrió un desgarro de útero? Al otro lado del Atlántico, la gran exclusiva rosa de la semana también causa revuelo

ROCAMBOLESCA PAREJA. Mercader y Montiel se conocieron en la cárcel.

ROCAMBOLESCA PAREJA. Mercader y Montiel se conocieron en la cárcel.

TONI CANO

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A mitad del siglo pasado, México y su cine vivían su época más rica y fecunda. En la gris EspañaSara Montiel apenas era conocida por su papel en Locura de amor. El salto a América junto a su madre en 1950, y los cuatro años que pasó en México rodando 14 películas al lado de los galanes aztecas de esa época de oro de la gran pantalla, vuelven ahora con una historia rocambolesca de aquellas que la actriz, fallecida hace dos años, solía contar sin que sus interlocutores supieran determinar qué había del cierto y qué de fábula.

Según la revista LecturasSara tuvo una hija en México tras una cesárea complicada que acabó desgarrándole el útero. No solo eso: le quitaron a la recién nacida diciéndole que había nacido muerta y la acabó adoptando un matrimonio de Valencia. Para rematar el insólito episodio, el padre podría haber sido el catalán Ramon Mercader, aquel James Bond estalinista que pasó a la historia por ser el asesino de León Trotsky.

«Cesárea larga y complicada»

Según estas informaciones, la actriz confió su secreto por partes a su peluquero y amigo José de la Rosa y al periodista Carlos Ferrando. La semana pasada, el peluquero reveló que la actriz había tenido una hija secreta durante sus primeros años en México, nacida «por cesárea muy larga y complicada» como fruto de un romance con un hombre misterioso. Esta semana, Ferrando asegura que el padre fue Mercader.

La historia está levantando polvaredas de recuerdos y es vista con cierto escepticismo en la capital de México, sobre todo por los sobrevivientes de la cárcel de Lecumberri. Allí Mercader purgaba una condena de 20 años por cumplir las órdenes de Stalin clavando un piolet, ese pequeño pico de escalada, en la cabeza de Trotsky. El preso tenía un trato privilegiado y recibió visitas de la actriz cuando llevaba 11 años de condena. El surrealismo del país y las ricas e inquietantes personalidades de los protagonistas abonan hasta los entresijos el drama. Según los que ahora protagonizan las revelaciones, «lo sabían su madre, su hermana Elpidia y algunos íntimos como Marujita Díaz».

En aquella época, lo único de ella que casaba con la España que había dejado atrás es que era manchega. Nada más. En cambio, deslumbró apenas poner pie en México y casa en Cuernavaca, la ciudad de la eterna primavera, en el estado semitropical de Morelos, vecino a la capital. Sarita pasó a ser uno de los nombres más musitados en el país. Pretendida por los grandes, tuvo a todos los actores a sus pies, desde el mayor galán, Arturo de Córdova, hasta Mario Moreno, Cantinflas. La cortejó la música del compositor Agustín Lara, que disponía de lecho con pétalos de rosa junto al piano, y babeó por ella el poeta León Felipe, que en su rebeldía sexagenaria y exiliada hallaba por fin personalizada la belleza.

Los exiliados republicanos como el poeta eran parte de aquel México fecundo. Sara Montiel los conoció; también al director Luis Buñuel. A través de León Felipe encontró a otro manchego, Juan Plaza, que la volvió a sus orígenes. Un romance que, según algunos, la hizo huir finalmente con su madre de la casa de Cuernavaca, para saltar a Hollywood, donde la esperaba el director Anthony Mann, que sería su primer marido, y protagonizar de entrada Veracruz junto a Gary Cooper y Burt Lancaster. Por lo visto, el comunista Juan Plaza, que acabó persiguiéndola a tiros, visitaba a presos de Lecumberri, y le presentó a Ramon Mercader.

Nacido en Barcelona 15 años antes que la actriz, Mercader fue el agente secreto soviético predestinado a culminar el odio que el dictador vertió sobre el disidente que habría debido suceder a Lenin. Hijo de burgués y anarcocomunista, su madre y su padrastro convirtieron al joven en un agente perfecto. Como cuenta Núria Amat en Amor y guerra, la madre murió con la foto de Stalin bajo el colchón, en París; años antes estuvo en el manicomio tras hacer estallar una bomba en la fábrica de su aún marido. Fue ella quien llamó a Ramon desde París en 1938, cuando estaba en el frente de Guadalajara.

Podía ser tan cautivador como Sara: se movía con los tres ases que ocultaban lo siniestro: choro (labia, además era políglota), carita y cartera. Enamoró a la hermana de la secretaria y en agosto de 1940 entró en el despacho de Trotsky -que aún puede verse tal cual en la casa de Coyoacán- para que le revisara un artículo. Con el piolet clavado en la cabeza, Trotsky aún pudo morderle la mano y gritar que no lo mataran: «Tiene que decir quién le envía». Mercader portaba una carta: «Fui un devoto adepto de Trotsky. Conocerlo fue un gran desencanto». De aquel que ya solo cuidaba cactus y conejos, dijo que «no deseaba más que satisfacer sus deseos de venganza».

 

De ser cierta la historia, la de Sara Montiel adquiere nueva dimensión trágica, con una hija robada y la imposibilidad de volver a parir. Y la de Ramon Mercader no acaba a sus 27 años, los 20 de cárcel y casi otros tantos, insulsos, en la URSS y Cuba.