Frédéric Beigbeder

El último juguete de un pijo

El provocativo publicista reconvertido en escritor, presentador y cineasta, amplía su espectro. Ahora resucita la revista erótica 'Lui', el 'Play Boy' a la francesa

Léa Seydoux, en la tapa de 'Lui'.

Léa Seydoux, en la tapa de 'Lui'.

ELIANNE ROS / París

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Es la tecla que le faltaba por tocar, la guinda del pastel, la merecida recompensa por los años dedicados a cultivar el estatus de intelectual más pijo y canalla de Francia, con permiso del insolente Nicolas Bedos. Otro mediático -y endiabladamente ingenioso- hijo de buena familia. Hablamos de Frédéric Beigbeder, publicista díscolo que triunfó como escritor contando las miserias de la profesión. Un sinfín de juergas, 10 novelas, dos ensayos, un puñado de programas de televisión y algún pinito en el cine después, Beigbeder, de 48 años, ha resucitado la revista erótica masculina Lui, versión elegante de Play Boy.

¿Qué camino ha llevado a un tipo como él a dirigir la picante publicación? La explicación la proporciona el escritor, con su afilada ironía, en el editorial del primer número (350.000 ejemplares) tras desaparecer de los quioscos en 1994. «El regreso de Lui es el placer de una última vuelta al ruedo, es un corte de mangas en memoria de ese dinosaurio llamado hombre, ese que ligaba groseramente, que bebía demasiado, que se enamoraba hablando fuerte de política y exhibiendo músculo. Algunos le llamaban macho, pero el sobrenombre que mejor le va es gilipollas heterosexual. Los sociólogos le bautizaron 'macho hedonista postsesentaiochero', salvo Marcela Iacub [escritoria y penúltima amante de Dominique Strauss-Khan], que lo ha denominado 'cerdo', para abreviar». 

La revista saca en portada a la actriz Léa Seydoux en cueros, apenas cubierta por una capa transparente. En las páginas interiores, Beigbeder entrevista a Léa, a la que conoció hace tres años en una fiesta celebrada en la mansión parisina de la abuela de la intérprete, nieta del acaudalado productor y distribuidor de cine Jérôme Seydoux. La conversación dio de sí. Palma de oro en Cannes por su papel de homosexual en La vida de Adèle de Abdellatif Kechiche, la actriz revela que el rodaje fue un infierno y acusa al director de imponer condiciones «humillantes». Furibundo, Kechiche ha reprochado a Seydoux una actitud de niña rica y consentida. Operación redonda. Nada mejor que una buena guerra para promocionar la revista.

«Créanme, conozco bien a esos críos mimados que superan su pavor con gestos exéntricos», disculpa el escritor en alusión a su timidez y la de su entrevistada. Oveja negra de un clan con pedigrí, su favorecido origen social no le salvó de una infancia melancólica a causa del divorcio de sus padres. Además, Frédéric creció acomplejado frente a su apuesto hermano mayor, Charles, modélico empresario de derechas.

Nacido en Neuilly, cuna de la alta burguesía parisina, Beigbeder parece haberse forjado por oposición a Charles. Bohemio, noctámbulo, irreverente, mujeriego, torturado, bebedor, fumador y amante de las sensaciones fuertes. El catálogo completo. Divorciado dos veces y padre de una niña, Chloé, de 13 años, el autor de 13.99 euros, El amor dura tres años o Socorro, perdón, tocó fondo tras pasar por el calabozo por conducir ebrio. De la experiencia nació Una novela francesa, relato autobiográfico cocinado en la residencia familiar de verano, en la aristocrática Biarritz. Porque Frédéric asume sus contradicciones. Sus aires de rebelde no le han llevado a renegar de los privilegios de su casta. Ni a despreciar una campaña de publicidad en la que posó con el torso desnudo -en realidad solo el rostro era suyo- para las Galerías Lafayette.

Desparpajo encantador

En la entrevista a Daniel Filippacchi, fundador de Lui en 1963 y creador de la mítica emisión y revista Salut les copains, Beigbeder confiesa su motivación: «Se puede ser uno de los hombres más ricos del mundo y levantarse tarde todos los días». Para madrugar ya está su equipo, mayormente femenino. Beigbeder le rinde homenaje con su encantador -y corrosivo- desparpajo: «Lui es mi última tentativa para mantenerme vagamente masculino, rodeado de mujeres desnudas sobre papel cuché y de una redacción compuesta por periodistas del sexo antes ingenuamente designado como débil».