Raúl Rodríguez, la frontera como casa

El guitarrista contagió el ánimo viajero y mestizo de 'Razón de son' en Jamboree

JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA

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Raúl Rodríguez ha logrado que su discurso teórico sobre los cantes de ida y vuelta entre Andalucía y el Caribe, muy sustancioso, como revelan los textos del disco-libro Razón de son, tenga una traducción artística que transmite luminosidad desde las primeras notas de su tres flamenco, el instrumento creado por él mismo y que simboliza ese diálogo a través del océano. Exploración histórica, pues, y disfrute para los sentidos en una propuesta que el sábado cautivó al público de Jamboree.

Rodríguez combina su mirada erudita de licenciado en Antropología con unas aptitudes naturales para casar ritmos y tonadas construyendo una música a la vez andalusí y tropical que se sitúa en un plano temporal inédito, en la prehistoria del flamenco y, a la vez, como apuntó durante el recital, en la «memoria del porvenir». Un fandango, el de Llévame a la mar, que «llegó a las costas ibéricas como danza caribeña», y un recordatorio, El negro Curro, de los africanos que fueron a Cuba como «hombres libres». Piezas originales, con incursiones en piezas populares como La pena y la que no es pena.

Se trata de la maduración de un ideal artístico al que el hijo de Martirio comenzó a acercarse hace ya una década con Son de la Frontera. Ahora, en escena, con la complicidad de la guitarra precisa de Mario Mas y la base rítmica de Aleix Tobias (batería) y Guillem Aguilar (bajo eléctrico), un grupo de músicos catalanes para una música mestiza y cambiante que acogió, como invitados, la trompeta de David Pastor (celebrado solo en el clímax de Con la guitarra en blanco) y el cajón de Acari Bertran y Angelo Manhenzane (Coetus).

Y en el fondo, el influjo de Veneno en la rumba impura, contagiada de blues y rock, de Si supiera, y la versión, en los bises, de No pido mucho. Aquel disco de 1977 sigue estando en el sustrato de muchas cosas.