FLAMENCO
La víbora desbocada
Niño de Elche publica 'No comparto los postres', ultima su intervención en la Documenta de Atenas y rueda una película que intenta acotar su escurridiza figura
Cada vez resulta más complicado enmarcar la obra de Niño de Elche. Este mes cumplirá 32 años, pero su trayectoria parece aunar siete vidas. Esquizofrénico por vocación, el flamenco se le quedó pequeño hace años y el traje de músico también le viene ya muy estrecho. Su instinto y voracidad le empujan a meterse en todo tipo de fregados. Solo en el 2016 presentó en Barcelona media docena de espectáculos distintos. Mientras, preparaba en secreto unos cuantos más.
Tan escurridiza y mutante es su singladura que acaba de publicar el libro 'No comparto los postres'. Es una desordenada introducción a su persona que se complementará, más pronto que tarde, con un documental que está rodando Marc Sempere, protagonista de 'El taxista ful' y director de 'El ball del vetlatori'. Tan desafiante, desbocada y abrumadora es su personalidad artística, que ha sido elegido para crear un espectáculo para la edición griega de la Documenta de Kassel. El resultado, planeado a seis manos junto al crítico de arte Pedro G. Romero y el bailaor Israel Galván, se podrá ver en Atenas entre abril y julio.
EXFLAMENCO
Aunque 'Voces del extremo' fue escogido por diversos medios como el disco del 2015, las grabaciones de Niño de Elche no dan la verdadera medida de un artista que estalla en toda su inmensidad sobre el escenario; sobre todo, en diálogo con creadores de otras disciplinas. Desde que en el 2011 se lanzó a la piscina de la heterodoxia con 'Vaconbacon', reinterpretando desde su posición de cantaor la obra del pintor Francis Bacon, no ha salido de ella. La evocadora 'Al baile', pieza del coreógrafo Juan Carlos Lérida, o los explosivos directos que ha presentado en el festival Sónar junto a los videoartistas Los Voluble son dos de las muestras más excepcionales de su insaciable vocación exploradora.
Llegado a este punto, Niño de Elche se define como 'exflamenco'. Es rector y alumno de la escuela de los 'traicionalistas', esos que embebidos de tradición la traicionan con ahínco. Se atreve a cantar con un cepillo de dientes dentro de la boca, amorrado a los labios de un bailarín o dentro de un traje de astronauta. De hecho, afirma que se puede cantar flamenco sin emitir sonido alguno; solo gesticulando. Hasta ese extremo llega su temeraria imaginación. Más allá de Morente, más allá del cante y más allá del silencio. Ya se lo rifan en el festival de artes escénicas de Aviñón. Y mientras, propicia una tremenda paradoja: que la multinacional Sony, esa que en los años 90 se negó a publicar el rompedor 'Omega' de Enrique Morente, reedite ahora su aclamado 'Voces del extremo'.
Esta víbora desatada puede interpretar flamenco sin abrir la boca, pero cuando la abre arde Troya, pues sus intenciones como cantaor pocas veces se quedan en lo estético. Si 'En el nombre de' denunció las masacres perpetradas en las fronteras europeas, 'Cantes tóxicos' escupía el más escalofriante alegato antidesahucios que se ha visto en un escenario. El toreo, el sionismo, la SGAE y la vieja izquierda son otros enemigos a los que muerde sin contemplaciones.
Niño de Elche no apela al duende. Tiene veneno y no quiere morir.
ORINAR SENTADO
Tras vaciarse en proyectos del más variado pelaje, Francisco Contreras (ese es su nombre) se desnuda como persona en 'No comparto los postres'. El libro alterna charlas, aforismos y recuerdos. Cuenta que su padre cantaba para que le acompañase a la guitarra. "Era su forma de decirme que me quiere", intuye. Cuenta que su primer ídolo fue Tino Casal. "Mi infancia son recuerdos de cuando mi madre me llevó al médico porque meaba sentado", cuenta también.
En el libro aprovecha para morder a José Mercé y a El Lebrijano, a José Menese y a Pitingo. Pero también reproduce algunos de los calificativos más insultantes que ha recibido: mamarracho, moderna, ignorante, soez, aburrido, matao, penoso... Estamos ante un creador con una determinación y confianza en sí mismo francamente asombrosas. Según cuenta, su extrema concepción de la libertad se la inculcó Sara cuando él era aún un crío. "Salía del piso por la mañana y volvía por la noche", explica, y "si necesitaba agua la buscaba en casas ajenas". Su amiga Sara no era cantaora ni bailaora. Era su perra.
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