MUERE LA DUQUESA DE ALBA

El mundo por montera

DÍAS DE VINO Y ROSASLa duquesa se arranca por bulerías el día de suboda con Alfonso Díez, el 5 de octubre del 2011.

DÍAS DE VINO Y ROSASLa duquesa se arranca por bulerías el día de suboda con Alfonso Díez, el 5 de octubre del 2011.

JULIA CAMACHO / SEVILLA

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«Vive y deja vivir, ese es mi lema». Una máxima, recogida en su autobiografía Yo, Cayetana, que la duquesa de Alba, Cayetana Fitz-James Stuart, llevó a cabo hasta su último suspiro durante sus 88 años de vida. La aristócrata hippy, vitalista, con un extraordinario sentido del humor y muy apasionada en todo lo que emprendía, falleció ayer en Sevilla por una neumonía.

Ni siquiera la enfermedad logró sacarla más de unas horas de su amado Dueñas, el palacio del siglo XV que ella rehabilitó y donde la duquesa realmente se sentía cómoda y como en casa. Muy vinculada a la ciudad de Sevilla, en sus memorias expresó la voluntad de ser incinerada y adelantó que había conseguido el permiso del obispado para que sus cenizas reposaran a los pies de su venerado Cristo de los Gitanos. Le horripilaba pensar que podía acabar, como su linaje familiar, en el «frío, inhóspito y triste» panteón de Loeches, por lo que prefirió, en sus propias palabras, «ahorrarles a mis seres queridos ese trago». También dejó escrito su epitafio. «Aquí yace Cayetana, que vivió como sintió». Su nombre secular era María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza Fitz-James Stuart y de Silva Falcó y Gurtubay.

LA MAJA MODERNA

En ese libro autobiográfico, la aristócrata madrileña de nacimiento (1926) pero andaluza por elección que solía decir que le «aburrían las cosas normales» relata un periplo vital que la convirtió, por méritos propios, en icono social de dos siglos. Ante sus ojos han desfilado algunas de las personalidades más importantes de ese periodo: desde Isabel II, con quien jugaba de niña en Londres, a Winston Churchill, amigo de su padre, como Ortega y Gasset o Gregorio Marañón. También aquellos que alternaban las páginas de sociedad con las de cultura, como Picasso, quien vio en ella la posibilidad de modernizar la saga de las majas desnudas de Goya aunque el proyecto no prosperó por la negativa marital y el temor a las críticas; Zuloaga y Benlliure, y aclamados fotógrafos como Cecil Beaton y Richard Avedon. Vestía ropa de Balenciaga e Yves Sant Laurent, protagonizaba portadas de las revistas Time y Harper's Bazaar, y se codeaba con Carlos de Inglaterra, Jackie Onassis y Grace Kelly, con las que compartió tardes en la Feria de Abril de Sevilla. También toreros varios y artistas como Lola Flores y el bailarín Antonio.

Decía que se le daba mejor bailar flamenco que los pinceles, y es que por encima de todo amaba el arte desde que de niña paseó con su padre por el Museo del Prado o le acompañó a viajes diplomáticos. Pero también adoraba el folclore, desde la Semana Santa a la Feria, entendido no tanto como diversión sino como un signo de identidad de Andalucía, el lugar donde ella encontró el calor, la alegría y comprensión que le faltaron en su niñez. Solo así se entiende que se arrancara por bulerías en su boda, descalzándose mientras era jaleada por cientos de sevillanos con los que quiso compartir su felicidad a la puerta de Dueñas, o que, tras conocer su enfermedad, los miembros de la Hermandad de Los Gitanos le remitieran rápidamente un pañuelo con el rostro de su queridísima Virgen de las Angustias.

Y es que la soledad y la amargura también formaron parte de su vida, huérfana de madre y viuda dos veces. Jamás olvidaría, por ejemplo, la perplejidad que sintió el día en que, con 8 años, quiso entrar en la habitación donde descansaba su madre y esta, enferma de tuberculosis y temiendo contagiarla, la recibió tirándole un bolso a la cabeza y ordenándole que saliera. «Me costó comprenderlo, era demasiado pequeña, pero no me quedó otro remedio», confesaría en sus memorias.

Tampoco olvidó el agujero negro en el que, asegura, cayó tras la desaparición del ingeniero industrial Luis Martínez de Irujo, su primer marido. Y es que el amor ocupó siempre un lugar importante en su vida, porque como confesó cuando su padre rompió su noviazgo con su primer amor, el torero Pepe Luis Vázquez: «No sé si llore, pero seguro que me partió el corazón porque soy muy romántica. Sin amor es difícil sobrellevar esta vida».

Con Martínez de Irujo tuvo seis hijos, Carlos, Fernando, Alfonso, Jacobo, Cayetano y Eugenia y vivió «enamoradísima» hasta 1972. Cuando él falleció se sintió «devastada y desnortada», y solo lo superó con «la fe, los hijos y el encuentro con Jesús Aguirre años después». Con este profesor de Teología, exsacerdote  y editor, el «amor de su vida», vivió los 20 años más felices, y solo se arrepintió de no haber tenido hijos con él. La edad no le apagó las ganas de vivir y hacer lo que quisiera. Lo demostró también en el 2011, cuando pese a la oposición inicial de sus hijos celebró su tercer matrimonio a los 85 años con Alfonso Díez, funcionario 25 años menor que ella que le ha acompañado fielmente al pie hasta el último momento. Fue un matrimonio religioso; no entendía la convivencia de pareja de otro modo por su profunda devoción católica, que sin embargo no le impidió «ser moderna» y una «adelantada a su tiempo». Ese carácter libre , espontáneo y sincero le mereció la atención entonces de medios de comunicación de todo el planeta.

FOLCLORE FRENTE A CULTURA

A menudo ha sido su versión más folclórica la que ha llamado la atención, dejando de lado a la mujer  inteligente, culta y amante del arte que salvaguardó y mantuvo unido el inmenso patrimonio familiar que, tras muchos intentos, solo fue expuesto ante el público hace dos años. Ese testigo en la prensa del corazón lo acabaron tomando algunos de sus hijos, aunque con un sesgo sensacionalista que tal vez a su madre no le gustara en exceso.

Y es que más allá de las anécdotas de ser la aristócrata que acumula en su pedigrí más títulos nobiliarios, de ser una de las principales terratenientes del país o las ocupaciones de sus fincas por parte del Sindicato Andaluz de Trabajadores, la 18ª duquesa de Alba simplemente se autodefinió así en esas memorias. «Una mujer que peleó, vivió intensamente y que espera que se la recuerde por sus obras y por su esfuerzo para mantener y aumentar el patrimonio de una casa que forma parte de la historia de este país».