el personaje de la semana

Las cinco jotas de Johansson

La filtración de unas fotos en que la actriz aparece desnuda por exigencias del guion ha dividido a los opinadores. No pocos la consideran «estropeada», mientras que otros alaban su anatomía curvilínea. A ella, sin embargo, la polémica parece traerle sin

Scarlett Johansson desnuda

Scarlett Johansson desnuda / periodico

OLGA MERINO

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Los genes daneses, que le vienen por la vía paterna, se le delatan en cierta textura láctea de la anatomía, como de bollos de mantequilla muy bien digeridos. Porque Scarlett Johansson (Nueva York, 1984) es una belleza real, que ha prescindido del bisturí y la silicona, una guapa con curvas y un modesto 1,60 de estatura. Unos labios, un rostro, una sinuosidad de ancas que rezuman alegría de pa amb tomàquet y Jabugo con muchas jotas, jotas rotundas, como la de su apellido. Jamón a mucha honra, a pesar de la profecía que condena a las féminas a escoger, con el paso del tiempo, entre la cara o la cruz: o te ajamonas (michelín) o te amojamas (arrugas). En cualquier caso, nuevas batallas aguardan a su silueta en agosto, cuando la actriz saldrá de cuentas y dará a luz a su primer hijo, fruto de su relación con el periodista francés Romain Dauriac.

La polémica sobre las hechuras de la Johansson arreció esta semana tras la filtración de unas fotografías en las que aparece completamente desnuda por exigencias del guion. Se trata de unos fotogramas de Under the skin (Bajo la piel), película recién estrenada en Estados Unidos -y acogida con una sonora pita en el Festival de Venecia- en que la actriz encarna a una extraterrestre voraz que seduce a cuanto hombre se encuentra por las húmedas carreteras de Escocia. ¿Y qué muestran las imágenes? Pues un magnífico cuerpo de mujer, que no de esqueleto andante.

Alboroto en las redes

Aun así, a pesar de la esplendidez de sus carnes, las redes sociales se han alborotado con comentarios algo displicentes: que si «estropeada», que si «no hay para tanto», que si «normalita para ser catalogada como una sex symbol». Y todo porque ni los senos, ni las caderas, ni el vientre de la joven de la perla son de metacrilato. También le han dedicado, claro, ovaciones: «Tremenda», «buenísima».

Quien se adelantó y zanjó la controversia con más tino fue Woody Allen, tras haberla convertido en musa en tres de sus filmes:

Match point (2005), Scoop (2006) y Vicky Cristina Barcelona (2008). El cineasta neoyorquino, en un libro de conversaciones con su biógrafo Eric Lax, se expresa en estos términos sobre la corporeidad de la actriz: «Es sensual. Tiene un rostro maravilloso, lleno de personalidad y precioso, y un cuerpo fantástico, y la suma de todo ello no se puede cuantificar, como tampoco se podría cuantificar en el caso de Marilyn Monroe». En efecto, los del morro fino también se atreverían a criticar la carrocería de la tentación rubia.

Tampoco es la primera vez que muestra las vergüenzas. En el 2006, apareció junto a Keira Knightley en la portada de Vanity Fair, apenas insinuadas sus desnudeces, y hace cosa de un par de años se colaron en internet las fotos que un hacker había logrado robar del iPhone de la actriz. En una de ellas, mostraba el trasero reflejado en el espejo del lavabo, y también hubo regocijo y parodia. Pero a ella parece darle igual. «Me gustan mi cuerpo y mi cara, y me encantan mis pechos: yo los llamo 'mis niñas'», ha reconocido sobre su carcasa, según recoge y aplaude la periodista inglesa Caitlin Moran en el libro Cómo ser mujer (Anagrama).

En realidad, Scarlett Johansson siempre ha hecho y dicho lo que le ha venido en gana. Por ejemplo, cuando se atrevió a confesar que le encantaba acudir a la cena de corresponsales en la Casa Blanca porque todo el mundo «se emborracha y hace el ridículo». Y cuentan que, en la velada de marras, se sentó en el regazo de Sean Penn, entonces su pareja, y que ambos se largaron antes de que hubieran servido el segundo plato.

Otro tanto sucedió cuando cayó sobre ella un maremoto de reproches tras haber anunciado un refresco fabricado por una empresa israelí con sede en la Cisjordania ocupada. La actriz, de ascendencia judía por parte materna, liquidó el asunto partiendo peras con la oenegé Oxfam, de la que era embajadora.

El ejemplo de Bette Davis

También se lanzó a cantante, sin tener formación como tal, y consagró su primer disco (Anywhere I lay my head) casi por entero a Tom Waits, cuyo repertorio se aviene mucho con la voz de «husky siberiano» que dice tener la actriz. Un timbre ronco, de whisky y tabaco, de mujer encamada que ya desde niña -lleva en el show business desde los 10 años- la fue apartando de los papeles de rubia y tontita. Porque nunca lo fue.

Scarlett Johansson es consciente de la voracidad de Hollywood, de que pronto solo le ofrecerán papeles de madre y, en cuanto asome la cincuentena, cesarán las ofertas, a menos que combata la invisibilidad con trabajo y esfuerzo. Por eso, cuando le preguntan en qué espejo le gustaría reflejarse, piensa en Bette Davis. Porque ella luchó por «salir de la esclavitud de los estudios, apartarse del papel de mujer fatal y mostrar su propia vulnerabilidad». Ya dicen, y con razón, que el cerebro es el órgano sexual más importante.