Jordi Tardà, vida de rock

El periodista y promotor musical, impulsor de la Fira del Disc de Col·leccionista, falleció este domingo a los 60 años

Fotografía de archivo. Jordi Tardà en 2011.

Fotografía de archivo. Jordi Tardà en 2011. / periodico

JORDI BIANCIOTTO / BARCELONA

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El tono entusiasta con el que anunciaba las novedades discográficas, a menudo antes que nadie, o aireaba grabaciones inéditas de toda clase de artistas de rock, forma parte de la educación musical de más de una generación, y sus llamadas a acudir a la Fira del Disc de Col·leccionista movilizaron a multitudes con un reclamo tan, a priori, minoritario como son los álbumes de rarezas o los exotismos editoriales. Jordi Tardà convirtió un culto underground en un espectáculo y un fenómeno popular en tiempos en los que el disco se situaba en el mismo centro de un próspero sector industrial.

Promotor de conciertos, periodista de radio y prensa escrita (en medios como EL PERIÓDICO) y, en fin, emprendedor y agitador de la cultura rock, Tardà padecía diversas dolencias desde que, a principios de los 80, el cáncer le atacó por primera vez. Aunque quienes le rodeaban comenzaban a sospechar que era indestructible, y que su mala salud de hierro le seguiría acompañando por muchos años, unos graves problemas respiratorios terminaron este domingo, de madrugada, con su vida. El 1 de febrero había cumplido 60 años.

Si bien los periodistas musicales suelen ser partidarios de mantener las distancias con los artistas, Tardà, ya fuera por sus orígenes como promotor o por su necesidad natural, instintiva, de saberlo todo de los creadores que admiraba, cultivó el contacto personal y, ocasionalmente, la amistad con multitud de figuras, muchas de ellas internacionales, que desfilaron ante el micro de sus programas y le suministraron exclusivas. El más célebre y duradero, Tarda Tardà, que comenzó a emitirse en 1985 en Catalunya Ràdio y que desde hace unas temporadas residía en iCat FM. Cabecera que heredó, ampliándolo, el concepto de sus primeras incursiones en la casa, Inèdits i pirates (1983) y El col·leccionista (1984), espacios pioneros en la difusión de material inédito, muy especializados. En todos contó con la fuerte implicación de su esposa, la productora Romy Masferrer.

INQUIETUD TEMPRANA / Pero Tardà llevaba ya entonces más de una década en el entorno musical. Precoz, a los 16 años fue pinchadiscos en dos discotecas, Hobby y Snoopy, en su ciudad, Mataró, y poco después montó su promotora, Musical Gripau, con la que organizó bolos de Toti Soler, Barcelona Traction y Jordi Sabatés con una primeriza Dharma.

A mediados de 1975 conoció a Gay Mercader, un encuentro inevitable y determinante, que le condujo a enrolarse, primero, en la flamante tienda de discos de Gay and Company, en la calle Hospital, y poco después, en la promotora de conciertos. Su debut en la primera división del rock fue con las actuaciones de Tangerine Dream en Barcelona y Bilbao en enero de 1976. Le siguieron las giras de Jethro Tull, Rick Wakeman y, el 11 de junio de aquel año, el recital de los Rolling Stones en la Monumental. Los Stones fueron el grupo de su vida, y logró establecer cierta relación personal con algunos de sus miembros. En 1982, cuando se estaba sometiendo a quimioterapia, el grupo le abrió las puertas de sus camerinos en los conciertos de Madrid, que pudo contemplar desde el mismo escenario. En una visita de Keith Richards a Barcelona, en 1992, le sorprendió con una grabación que el guitarrista había perdido, la de la canción inédita Deep love.

En paralelo a su actividad con Gay and Company (con aventuras como la gira por España y Portugal, de carretera y manta, con Iggy Pop, en 1981), Tardà desarrolló su faceta de periodista en la prensa escrita, especialmente en las publicaciones Disco Exprés y Popular 1 (aún es recordada su serie de reportajes El rugido americano). Luego, Catalunya Ràdio centró su actividad, a menudo con primicias audaces, como el estreno del disco de reunión de Deep Purple, Perfect strangers (1984), que dos miembros del grupo le invitaron a escuchar durante un trayecto en coche y que grabó sin que se dieran cuenta. Tardà no esperaba autorización para cazar la noticia. Su relación con la música era pasional y de jerárquica devoción hacia los artistas.

Mitomanía sin complejos que desarrolló a fondo con la Fira del Disc (1985-2002), convertida en fenómeno social en el recinto ferial de Montjuïc, y en el efímero Museu del Rock, en Las Arenas. Explicó sus correrías en un libro rico en anécdotas delirantes, Paraula de stone (1995, título que se convertiría en su consigna y rúbrica) y se fogueó como novelista en la fantasiosa La porta de l'infern (2007) mientras cultivaba otras pasiones, como la tintinología. Rockero de gustos clásicos, con favoritos como Todd Rundgren y Daryl Hall & John Oates, se dejaba fortunas en discos «de peluts», como él decía, allá donde iba. Con una actitud que insinuaba que, debajo de su perfil de figura del show business, en él seguía habiendo rasgos de aquel muchacho ilusionado que se abrió paso pinchando discos en Mataró.