el personaje de la semana

Reír para ser libre

Un viaje en furgoneta hasta la provincia de Istria, en Croacia, fue el embrión de la oenegé Payasos sin Fronteras, que acaba de cumplir 20 años, 10.707 espectáculos y 707 expediciones a 98 países. En esa furgoneta iba, entre otros, Tortell Poltrona

Jaume Mateu, 'Tortell Poltrona'.

Jaume Mateu, 'Tortell Poltrona'. / TÀSSIES

GEMMA TRAMULLAS

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Nota: la autora advierte al lector de que escribe bajo la influencia magnética que el personaje ejerce sobre ella desde hace más de 40 años, a pesar de lo cual intentará ser lo más objetiva posible.

Dicen que nacer bajo el influjo de la luna llena predispone a desarrollar una personalidad pasional, eufórica, inquieta, dominante y magnética. Estos individuos rebosan energía, tanta, que sin querer pueden resultar destructivos hacia sí mismos y hacia quienes les rodean. Jaume Mateu Bullich nació el 7 de abril de 1955 en el barrio de Sarrià de Barcelona y sí, había luna llena.

En Animal de circ (Dau), la biografía firmada por el crítico de circo Marcel Barrera, aparece una foto de parvulario que muestra a un niño rubio, peinado con la raya a la izquierda, en actitud formalita pero con el ceño levemente fruncido. Hijo de un comercial y una ama de casa de tradición catalanista, base cristiana y economía ajustada, dejó un rastro alborotador en varias escuelas antes de sacarse el título de maestro industrial en electrónica. Pero lo suyo era otro tipo de energía.

Su primer escenario fue el teatro de la parroquia, donde representaba Els Pastorets, y el siguiente fue la calle, en primera línea de las manifestaciones antifranquistas. Partidario de la acción directa, en una refriega le rompieron una pierna, y si no terminó en la cárcel fue de chiripa. Para evitar una de las habituales cargas policiales, huyó por un callejón llevándose en volandas a Montserrat Trias, una escena de película que cimentó un amor a prueba de bomba que ha dado tres hijos, entre ellos Blai Mateu, que ha empezado a hacerle sombra artística a su padre.

Las primeras pelotas con las que hizo juegos malabares eran de la policía, pero no fue él quien fue en busca del payaso, sino el payaso quien lo encontró a él. Tenía 18 años cuando Joan Rosés le convenció para que actuaran juntos con la nariz roja, hablando por primera vez en catalán. A finales de los 70, representaba con Claret Papiol una parodia de inspiración felliniana sobre políticos que acaban dando discursos desde sus poltronas. De ahí el apellido artístico Poltrona; Tortell es un recuerdo de su experiencia como repartidor de roscones (tortells en catalán) en la histórica pastelería Foix de Sarrià.

La búsqueda de la libertad y del sentido de la vida están en la esencia tanto de su faceta política como artística. La carpa nómada del Circ Cric ha sido durante muchos años el logotipo de esa libertad, el símbolo de la vida auténtica, pero también el origen de la pesadilla de un empresario-artista metido en un sector tan maltratado como el circo.

Tortell Poltrona ha hecho de todo, siempre a contracorriente. Ha caminado sobre la cuerda floja, ha cruzado aros de fuego, se ha lanzado desde 12 metros de altura, ha comprado un león a plazos, se ha arruinado, se ha peleado con políticos y compañeros del gremio. Estaba exhausto y empezaba a dudar de su vocación cuando, en febrero de 1993, le pidieron que actuara en los campos de refugiados de la guerra de los Balcanes.

«Nos quedamos de pasta de moniato al ver que niños que lo habían perdido todo se rehacían a partir de una risa. Fue como una salida hacia la esperanza. La utilidad de mi oficio se puso en evidencia: ya no era una teoría, el payaso abre el alma, da consuelo. Pese a su fragilidad, es el remedio más fuerte ante las barbaridades de los propios hombres», escribió tras su actuación en el campo de Veli Joze.

Ayudar a los demás y a sí mismo

De esta experiencia nació la oenegé Payasos Sin Fronteras, con la que hasta hoy ha mantenido una relación tan intensa como intermitente. Como se desprende de la lectura de sus Diaris de viatge (Icaria), probablemente sus expediciones hayan hecho tanto bien a los demás como le han hecho a sí mismo. Hacer la entrada de la bomba

-en la que pide a un niño que sostenga una bomba simulada que está a punto de explotar- en una Bosnia o en una Gaza arrasadas por la guerra y que el público se ría tiene un inmenso potencial curativo. Frente a eso, las miserias del circo en este país son solo eso: miserias.

Existen pocos artistas que se hayan metido a tres generaciones de espectadores en el bolsillo. Hace 40 años que repite entradas como el equilibrio con sillas, la pulga, la mosca, el micrófono, el Shakespeare o, la más provocadora, en la que lanza huevos -previamente vaciados y rellenados con agua- al público. Y encima, últimamente se ha atrevido a reírse de la muerte en su espectáculo en solitario, Grimègies, como si celebrara haber descubierto que la libertad no está en la permanente inquietud sino en la quietud permanente. «No somos nada, res, nothing, rien».A sus 58 años, Jaume Mateu-Tortell Poltrona es un indígena del Montseny, su refugio desde hace 25 años. Su carpa de circo se alza en un claro del bosque, junto al río. No cuesta imaginarle aullando a la luna llena, como Charlie Rivel, gritando al firmamento su desasosiego existencial: «¡Cagon dena!». Aunque es posible que, con los años, la angustia se le pase más bien devorando un buen civet de jabalí.