Elena Cullell

Primera dama culé

«Discreta, educada y muy deportista». Así definen sus íntimos a la mujer de Luis Enrique, una economista que ejerce  de esposa y madre.

EL SÍ QUIERO. Santa Maria del Mar, 27 de diciembre de 1997.

EL SÍ QUIERO. Santa Maria del Mar, 27 de diciembre de 1997.

NÚRIA NAVARRO / EMILIO PÉREZ DE ROZAS

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Que nadie espere del matrimonio Martínez Cullell una foto en plan premios Billboard de Las Vegas. Imposible. Es más, Luis Enrique se enoja de veras si alguien mete las narices en su privacidad. Así que no es extraño que Wikipedia haya escogido una foto del nuevo entrenador del Barça con una camiseta que dice: «Please, do not disturb».

Pero, ¿cómo es la primera dama culé? Elena Cullell, de 41 años, «pertenece a la alta burguesía» del Baix Llobregat, afirma alguien de su círculo. Es hija de Francesc Cullell, un fabricante de ropa de piel que, hasta su jubilación, «surtía a las mejores tiendas de España», y de Isabel Falguera, «que ya en su época estudió en el Colegio Alemán». No resulta raro, pues, que la educación de sus tres hijas fuera cuestión capital. Elena estudió en el selecto liceo francés Bon Soleil de Gavà, pulió su inglés en EEUU y se licenció en Económicas en Barcelona, aunque nunca ha ejercido su profesión más allá de un tanteo en el sector inmobiliario.

«Los Cullell-Falguera son una piña», cuenta una íntima. «Elena tiene una excelente relación con sus padres y sus hermanas»; una es psicóloga y la otra trabajó como jefa de la sala vip de Air France y preside la delegación de Gavà de la oenegé CC ONG Ayuda al Desarrollo. Como ellas, dice la fuente, Elena es una mujer  «discreta, educada y tranquila». Y matiza: «No es de salir, sino de practicar mucho deporte». Al parecer, juega bien a pádel -tiene pista propia en su fantástica casa de Gavà Mar, el Beverly Hills del Baix- y es una competente runner que pone a prueba sus gemelos en carreras de 5 y 10 kilómetros.

17 años casados

También se sabe -lo dijo Luis Enrique en la primera rueda de prensa-  que Elena mantiene una buena relación con Cristina Serra, la compañera de Pep Guardiola, pero su círculo de amigos es «el de toda la vida». En él está su vecino Lorenzo Quinn, hijo de Anthony Quinn, que figuró hace casi 17 años entre los invitados a su boda en Santa Maria del Mar. Aquel enlace fue un acontecimiento que los corsarios del cuché quisieron -y no pudieron- tomar al asalto: 200 invitados, banquete en el Juan Carlos I y una luna de miel exprés en Francia porque el delantero tenía que entrenar a las órdenes de Van Gaal.

Y fueron llegando los hijos. Tres. Pacho, que en diciembre cumple 16 años y es aficionado al fútbol y al wakeskate, una modalidad acuática de monopatín que practica en el vecino Canal Olímpic. Luego nació Sira, que ahora tiene 14 años y es una consumada amazona a la que se puede ver practicando saltos en el Open Sports El Prat; y Xana, que tiene 4 años y siempre pregunta a su padre por qué no mete goles.

Ese cuadro de familia ideal solo se quebró en el 2011, cuando Luis Enrique aceptó entrenar al Roma. La adaptación fue difícil para todos. Pacho no estaba a gusto en el Saint George's School, los tifosi empezaron a echarle la culpa de las derrotas y llegaron las amenazas. Hay quien piensa que el de Gijón cometió el error de instalarse en el barrio de Olgiata, donde se encuentran los aficionados del Lazio, gran rival de la Roma, pero puede que solo sea una anécdota.

Lo cierto es que aguantaron una sola temporada del contrato romano y que cuando llegó la oferta del Celta el técnico tuvo claro que la familia debía refugiarse en Gavà. Los pocos periodistas que le trataron en Vigo cuentan que llevó «una vida de monje total». Salvo algún paseo en bici por el Morrazo, el asturiano solo se movía de su casa a la ciudad deportiva del Celta. «Elena dejaba a los niños con los abuelos y le visitaba a menudo», explica una amiga.

Ahora vuelven a estar juntos. Un sueño que el técnico sí ha aireado en su primer discurso como entrenador del Barça. La familia es su vitamina para aguantar la presión, meter caña en el vestuario y devolver la ilusión al culé mosqueado.