Sí, podemos (y 19)

Neus Català pone el broche a la cadena de mujeres que en las últimas semanas han reivindicado su 'hecho diferencial' en este diario. Con este retrato polifónico, las participantes en la campaña del 'sí, podemos' rinden homenaje a la superviviente del horror nazi.

Neus Català, superviviente del campo de concentración de Ravensbrück.

Neus Català, superviviente del campo de concentración de Ravensbrück. / periodico

NÚRIA MARRÓN / Barcelona

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Lo primero queNeus Catalàvio al entrar enRavensbrück, uncampo de concentración para mujeres, fue a una deportada electrocutada, enroscada y enganchada en la alambrada eléctrica. Eran las tres de la mañana del 3 de febrero de 1944. Y 10 SS, con sus 10 látigos, 10 ametralladoras y 10 perros lobo con la mandíbula desquiciada las custodiaron, a 22 grados bajo cero, en lo que ella llama su «entrada triunfal en el mundo de los muertos». Tenía 28 años.

Neus Català lleva casi siete décadas buscando palabras que no parezcan mentira para describir ese mundo de los muertos en el que seis moribundas eran obligadas a aplanar las calles arrastrando una apisonadora de 900 kilos. Aquel olor de lacarne quemadaque salía de las chimeneas y que se enganchaba a la garganta. Aquellos cuervos atraídos por el hedor. Aquellos gritos de compañeras devoradas por los perros. Aquellos llantos enloquecidos de las parteras que veían cómo sus recién nacidos eran exterminados en cubos de agua o estampados contra las paredes.

En aquel lugar en el que durante 16 horas diarias era obligada a agrandar un lago helado con las manos, se propuso, sin embargo, «vivir como un acto de resistencia y rebeldía», asegura la única superviviente catalana de Ravensbrück, donde fueron asesinadas 92.000 de sus 130.000 presas. Allí se entraba para morir, y Neus y sus compañeras desplegaron un auténtico manual de insumisión femenina a la autoridad que incluía desde darse calor unas a otras tras las palizas hasta sabotear el interior de los obuses con moscas y escupitajos, y organizar lecturas, recitales de poesía y clases de idiomas clandestinas. Afectos y cultura para «no bestializarse ni abandonarse», suele recordar Neus, que algunas noches se arrancaba por Charlot con sus zapatos de la talla 43 (ella calza un 36).