Jordi Mollà

En el papel del pintor

«No soy un artista, sino un actor que pinta cuadros», dice sobre una pasión que cada vez le ocupa más tiempo. Mientras espera que le llamen del cine, ahora expone en Madrid

Jordi Mollà y su inquietante mirada azul, la pasada semana, en Madrid.

Jordi Mollà y su inquietante mirada azul, la pasada semana, en Madrid.

POR JUAN FERNÁNDEZ

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El año pasado, Jordi Mollà (L'Hospitalet de Llobregat, 1968) no estrenó ninguna película -una sequía desconocida para él desde que debutó en el cine en 1992 en Jamón, jamón de la mano de Bigas Luna-, pero inauguró 13 exposiciones de pintura en ciudades como Miami, Londres, Milán, Madrid y México DF, su récord desde que hace dos décadas descubriera en los pinceles una vía perfecta para dar rienda suelta a su creatividad. Diríase que estamos ante un talento en transición, cada vez más lejos de los papeles y más cerca de los lienzos, pero el intérprete resuelve la duda contundente: «Soy un actor que pinta, y ante todo tengo claro que no soy un artista, renuncio a esa etiqueta».

 

Mollà hacía esta declaración de principios la semana pasada en el local PortobelloStreet.es de Madrid, donde estos días tiene expuesta una veintena de cuadros grandes y colajes de pequeño formato. Estos, a modo de cuadernos de viaje, los compuso entre el 2012 y el 2013 en hoteles y camerinos mientras rodaba películas; los otros, todos abstractos, los pintó en el estudio que tiene cerca de su casa de Madrid, donde confiesa que cada vez pasa más ratos. «Ahora mismo estoy pintando platos, como hacía Picasso», revela.

Después de 20 años trasteando con los pinceles, el actor reconoce que lo suyo con el arte ya no es la relación recreativa que podría mantener un aficionado, sino algo más profundo y sentido, a mitad de camino entre la búsqueda interior y la sanación. «Pinto porque me hace bien, me da vida y salud. Me mantiene sin pensar, y eso es muy bueno. No me identifico con la imagen del artista torturado. Yo puedo estar torturado, pero desde luego no es por pintar cuadros. Más bien al contrario, ellos me ayudan a sentirme mejor», confiesa.

Lejos queda el día, a principios de la década pasada, en el que la galerista Carmen de la Guerra necesitó emplearse a fondo para convencerlo de que expusiera los cuadros y dibujos que llevaba años componiendo en las horas muertas de sus rodajes. Lo que empezó como un pasatiempos hoy es uno de los ejes de su vida, pero todas las horas que ha pasado rodeado de botes de pintura no han logrado cambiar la actitud con la que se enfrenta al lienzo en blanco: «Trabajo como siempre: primero me meto en el personaje de un pintor y desde ahí pinto», aclara. No es que titubee al pisar un territorio ajeno, como es el arte; es que solo así sabe defenderse: «Actuar es mi manera de vivir. Si preparo un arroz en casa, necesito ponerme en la piel de un cocinero para que me salga bien, lo tengo comprobado», confiesa.

Un volcán que busca grietas

Transmite Mollà la sensación de albergar en su interior un volcán que busca grietas por las que aflorar. Aunque se resiste a poner en su tarjeta de visita nada que no sea la palabra actor, también ha firmado obras de videoarte, ha escrito dos novelas, ha dirigido dos películas -la última, titulada 88, del 2012, no llegó a estrenarse en salas- y es autor de guiones de cine. De todos esos «disfraces», el que más le intimida es el del escritor. «Intelectualmente es agotador y estresante. Comprendo a los que empiezan a escribir algo y no lo terminan, porque no es fácil. Lo difícil es mantenerte y no levantarte de la silla hasta que has conseguido contar algo», explica.

El noi renacentista del Llobregat confiesa no saber qué quiere expresar, pero tampoco le preocupa resolver esa incógnita. Lo único que tiene claro es que no piensa ponerle límites a ese impulso incontrolado que le mana de dentro. «Hace poco, en Londres, un tipo del mundo del arte me dijo: 'Necesitas centrarte'. Y yo le contesté: 'Vamos mal, porque no tengo ninguna intención de centrarme'. Ya soy bastante esclavo del mercado como para encima autolimitarme. Prefiero ser libre y hacer lo que me parezca. Y si alguien encuentra conexiones entre todo lo que hago, perfecto. Y sino, también», proclama.

Aventura americana

A todo esto, su carrera cinematográfica parece atravesar un compás de espera. Tiene pendiente estrenar media docena de películas, en la mayoría con papeles secundarios -entre ellas En el corazón del mar, de Ron Howard, donde hace de capitán español, prevista para marzo, y Ant-Man, una superproducción de Marvel en la que da vida a un villano latino, que se estrenará en julio-, pero ahora mismo no tiene a la vista ningún nuevo rodaje, ni en España ni en Estados Unidos.

Hace 15 años, Mollà se embarcó en la aventura de Hollywood. Aquel viaje le ha permitido colar su nombre en el reparto de títulos sonados -Blow, Dos policías rebeldes II, El Álamo, Riddick, e incluso apareció en un capítulo de CSI, Miami- y compartir pantalla con Tom Cruise, Johnny Depp, Cate Blanchett o Cameron Díaz, pero la meca del cine se resiste a ofrecerle ese papel protagonista que concentre sobre su inquietante mirada todas las atenciones. Aun así, el actor extrae un balance positivo de la experiencia americana, a la que sigue declarándose abierto. «Me ha gustado picotear en grandes producciones con papeles pequeños, he aprendido mucho, y no me importaría seguir. Lo milagroso es que sigan contando conmigo», afirma. De momento, si el teléfono no suena, al menos están los pinceles.