ENTREVISTA

Juan Pablo Escobar: «Le pedí mil veces a mi padre que dejara aquella violencia»

En 1984, cuando tenía 7 años,  recibió lo que él llama «el primer campanazo»: el atentado contra el ministro de Justicia colombiano, del que se responsabilizó a su padre, le hizo descubrir que su papá era uno de los criminales más buscados.  Tras vivir años en la clandestinidad,  la muerte de su padre, el 2 de diciembre de 1993, cambió su vida. Él, su madre y su hermana tuvieron que huir de Colombia. Hoy se llama Juan Sebastián Marroquín Santos.   Es arquitecto y diseñador industrial. Vive en Argentina junto a su mujer, su hijo, su madre y su hermana. En el 2009 participó en el documental 'Pecados de mi padre', donde reflexionaba sobre el perdón junto a víctimas de la violencia causada por su progenitor.

Tras pasar su infancia y su adolescencia a la sombra de uno de los criminales más buscados del planeta, el hijo del narco colombiano Pablo Escobar, que hoy reside en Argentina con otra identidad, ha entregado su vida a promover el pacifismo.

Juan Pablo Escobar, en Madrid, donde presentó el libro en el que hace un retrato descarnado de su padre.

Juan Pablo Escobar, en Madrid, donde presentó el libro en el que hace un retrato descarnado de su padre.

JUAN FERNÁNDEZ

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En el álbum de rostros del siglo XX, el de Pablo Escobar gravita sobre uno de los capítulos más trágicos y salvajes de la memoria de Colombia, tierra fértil en historias increíbles. El fundador del Cartel de Medellín edificó sobre el narcotráfico un imperio de dinero y violencia que acabó convirtiéndole en uno de los hombres más ricos, temidos y perseguidos de Latinoamérica. Paradójicamente, aquel personaje cuyo nombre hacía temblar las piernas de la gente, era en la intimidad un ser familiar y afectuoso.

Ahora, su hijo Juan Pablo, que tuvo que huir de Colombia y cambiar de identidad para esquivar a la muerte, ha recuperado en un libro la figura de Escobar con sus luces y sus sombras, revelando pasajes de su vida jamás contados, algunos escalofriantes, y ofreciendo un retrato descarnado, certero y real, en primerísima persona, sobre el narco más famoso de la historia. El autor de Pablo Escobar, mi padre (Península) no busca redención para su apellido, sino reflexión pública para que nadie tenga que vivir una vida como la suya.

-Han pasado 21 años desde la muerte de su padre. Parecen muchos. ¿Por qué ahora este libro?

-Lo hago, en primer lugar, en reconocimiento a las víctimas de la violencia que él causó. También lo he escrito pensando en mi hijo, para que le quede un testimonio real de quién fue su abuelo y que nadie pueda contarle cuentos falsos sobre él. Su figura ya ha sido bastante manipulada, era hora de contar la verdad, la bonita y la menos agradable.

-¿Busca reconfortar a las víctimas?

-No creo que pueda decir nada que las reconforte. Asumo la responsabilidad moral de los crímenes de mi padre y, como tal, entiendo que me corresponde pedir perdón a sus víctimas. La paz solo puede construirse sobre el perdón y la reconciliación. He descubierto que el perdón es una herramienta sanadora. Cuando lo concedes, dejas de perpetuar el dolor causado por tu victimario.

-Habrá quien piense que quiere lavar la imagen de su padre.

-Dudo que nadie que lea estas páginas siga opinando eso. Mi padre queda aún más sucio después de este libro.

-Suena duro. ¿No le incomoda ensuciar la memoria de su padre?

-Tengo que hacerme cargo de mi propia historia familiar y reconocer la totalidad de los actos de mi padre, así como sus consecuencias, que no fueron pequeñas. Me mueve la esperanza de que lo que cuento sobre él sirva para que todos aprendamos la lección y nunca más vuelva a desatarse la violencia que él generó.

-Describe a un Pablo Escobar que en familia se mostraba cariñoso y atento, aunque llegara de ordenar un asesinato.

-En casa era un hombre tranquilo, cariñoso y afectuoso. Jugaba conmigo y con mi hermana, nos contaba cuentos, nos cantaba canciones. Nos dedicaba la vida, como cualquier padre. Nunca le oímos decir una mala palabra, nada hacía sospechar que al cruzar la puerta de casa anduviera en lo que andaba.

-¿Les ocultaba a qué se dedicaba?

-No, en absoluto, nos decía abiertamente que su profesión era ser bandolero. Tenía la tranquilidad, o la desfachatez, o la irresponsabilidad de reconocérnoslo como si nada.

-¿Y no le resultaba difícil convivir con esa contradicción?

-En casa nos acostumbramos a las contradicciones de mi padre. Yo nunca cuestioné el amor que sentía hacia nosotros, pero ninguno de los miembros de la familia veíamos bien que anduviera en lo que andaba, ni lo aceptábamos. Y se lo decíamos. Yo le pedí mil veces que dejara aquella violencia que no solo estaba afectando a nuestro país, sino que también amenazaba a su familia.

-¿Y qué respondía él?

-Que esa era la vida que había elegido. También insistía en que esa guerra no la había empezado él, sino otros. Cuando le pedía que no pusiera más bombas, siempre respondía: «Recuerda que la primera bomba nos la pusieron a nosotros en casa. Yo no inventé el narcoterrorismo». Al menos ahí no le faltaba razón.

-Aunque él no hubiera empezado la guerra, podía haberla detenido, si tanto amaba a su familia.

 

-Si no pudieron pararle todos los cuerpos militares que iban tras él, menos pudimos lograrlo su mujer y sus dos hijitos. Fíjese si nos amaba, que dio la vida por su familia. Porque que no le quede la menor duda: si mi padre no hubiera muerto ese día, los siguientes en caer habríamos sido su mujer y sus hijos.

-A cuento de su muerte, usted apuesta por una versión que contradice la teoría oficial. ¿Lo mataron o se suicidó?

-No me queda la menor duda de que se suicidó. Ya nos había anunciado esa posibilidad hacía tiempo y ese día, con los datos en la mano, lo tuve claro. Luego, teorías hay muchas. Si pregunta a los gringos, le dirán una. Si pregunta al Gobierno colombiano, le dirá otra.

-Su primera reacción tras la conocer la muerte de su padre fue reclamar venganza.

-Como haría cualquier ser humano, pero aquello me duró 10 minutos. Al cuarto de hora me hice una segunda promesa: si algún día podía hacer algo por la paz en Colombia, lo haría con todas mis fuerzas. Y en esas estoy, por eso he escrito este libro. Yo pude haber acabado convertido en un Pablo Escobar 2.0, pero me dedico a promover el pacifismo.

-Viniendo de donde viene, resulta paradójico.

-Soy el resultado del amor que me dieron mis dos padres. Aunque parezca extraño, él colaboró a que hoy defienda el pacifismo. Para poder hablar de paz hay que sufrir la guerra en carne propia. Solo entonces puedes valorar el sentido que tiene vivir sin violencia. Y yo sé lo que es estar envuelto en violencia. La respiraba a diario.

-También vivió rodeado de lujos. En su libro cuenta los extravagantes regalos que le hacía su padre. Tenía hasta zoológicos para usted solo. ¿En algún momento se le pasó por la cabeza heredar el negocio? 

-Durante un tiempo fui un niño caprichoso y le puedo asegurar que la experiencia no fue buena. Mi padre solía decirme: si quieres ser médico, te regalaré el mejor hospital; si quieres ser estilista, te regalaré el mejor salón de belleza. Me dejó claro que siempre apoyaría mi libertad, pero nunca me vi siguiendo sus pasos. Con uno de la familia metido en ese mundo ya teníamos bastante.

-¿Tiene claro por qué su padre eligió esa vida?

-Por su ambición personal. Solía decirles a sus amigos que si a los 30 años no tenía un millón de dólares, se suicidaría. Cuando cumplió esa edad tenía más de 100 millones de dólares. Y al final, fíjese, acabó suicidándose. La ilegalización de la droga fue el caldo de cultivo perfecto para que alguien como él llegara tan lejos. Sin prohibición, el imperio de Pablo Escobar nunca habría existido.

-¿Qué sugiere para hacer frente al problema del narcotráfico?

-Llevamos 40 años de fracasos ininterrumpidos en esa guerra y solo hemos conseguido que el crimen, la venta de armas, la corrupción y la multiplicidad de drogas sigan creciendo. Está claro que la prohibición no funciona. No sé si la legalización es la solución perfecta, pero al menos ya sabemos lo que no funciona. La prohibición es un acto de irresponsabilidad de los Estados porque entrega el negocio de las drogas a los narcos.

-¿Las ha probado?

-Un día, siendo niño, mi papá me mostró la droga, me explicó el efecto que tenía y me dijo que si algún día quería probarla, se lo dijera, para hacerlo con él. En ese momento, las drogas quedaron para mí legalizadas y me libré de cualquier tentación de probarlas. He fumado marihuana, pero no sentí el deseo de ir más allá. Él me mostró el camino que no debía recorrer. Desde esa perspectiva, ser hijo de uno de los mayores narcos de la historia me ha protegido.

-¿Cuál es su relación actual con Colombia?

-Es mi patria. Mis raíces y mis afectos están ahí. Solo tengo deseos buenos hacia mi tierra y espero que encuentren el camino de la paz y la reconciliación, sobre todo para las familias enfrentadas en el conflicto. No guardo odio ni rencores hacia Colombia, aunque ahora mismo no pueda vivir allí. Tras la publicación de mi libro, me han recomendado con sutileza que no aparezca por mi país.

-¿Le gustaría volver?

-Mi deseo es que los más de cinco millones de desplazados que sigue habiendo a causa de la violencia podamos recuperar el derecho a elegir volver sin que esa decisión esté condicionada por la violencia. Yo soy el último de esa lista.