Carlos Latre rompe moldes en la liturgia del vino en Barcelona
Iosu de la Torre
Coordinador de Pódcast.
Periodista. Vasco de Barcelona. En EL PERIÓDICO desde 1986. Coordinador de Pódcast. Universidad de Navarra y Universitat Autònoma de Barcelona.
IOSU DE LA TORRE / BARCELONA
La combinación del vino y el jazz alcanzan máxima expresión en el Monvínic Experience que cada noviembre se celebra en Barcelona, desde hace seis años, en el templo de Sergi Ferrer Salat (calle de la Diputació). Otoño del Voll Damm Festival de Internacional de Jazz. Un músico único da vida a excelentes caldos traídos por un maestro. La noche del lunes, la liturgia alcanzó una nueva cota, la del humor, de la mano de Carlos Latre, y la de la magia, con una cata a ciegas dirigida por Quim Vila. Con ellos, el volcán Gonzalo Rubalcaba, pianista cubano. Chucho Valdés atendió vigilante.
El hombre de las mil voces y el señor de la Viniteca desplegaron un guion que buscaba, y lo logró, agitar las emociones. Silencios, ondas musicales que agarran y reaniman, caldos con alma. La complicidad más desinhibida se sirvió en copas con las dos últimas caricias llegadas de Burdeos y el Empordà.
Coronado con una enorme barretina, Latre se transmutó en Salvador Dalí, aquel Dalí que conserva en nuestra memoria adolescente aquellas imágenes del NO-DO clamando «surrealismo, suuuurreeeeaaaaliiiiismo». Los sumilleres acababan de vertir unas tremendas lágrimas de Còsmic, una cariñena blanca de tierra adentro, algo alejada de Port Lligat. Se acercaba el fin de fiesta después de una hora y media paseando por un océano de sensaciones. El albariño Emilio Rojo y el alsaciano Bott-Geyl con los que estalló la pasión jaleados por los sonidos grabados de un paso de Semana Santa, la narración de un gol inmenso de Messi, la voz del legendario Clark Gable en 'Lo que el viento' se llevó y los gemidos de Jane Birkin del 'Je t’aime, moi non plus'. «De lo humano a lo Di vino», resumió Latre con una sonrisa.
A continuación, un golpe de grapa presentada con voz de Ferran Adrià. La grapa Berta, síntesis de la inteligencia humana. Por primera vez en la historia de Monvínic se sirvió un destilado. Otra audacia de Vila, previa al sorbo de champán Salon. Los antifaces permitieron reemprender un viaje inédito paladeando un Chateau Léoville-Les-Cases, un vinazo, de lo mejor del mundo, descorchado 29 años después. Una levitación tras el experimento jocoso de tragar un jovencísimo caldo rescatado de los fudres de Ca n’Estruc. Di Vino.
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