La clave

Malnutrición y pobreza

BERNAT GASULLA

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Catalunya corre el riesgo de perderse -y mucho- en el debate sobre la malnutrición en la infancia. Quizá el Síndic de Greuges,Rafael Ribó, no supo dar con la mejor de las maneras para transmitir el mensaje que pretendía. La obsesión por el número y la cuantificación y los prejuicios políticos han hecho el resto para diluir el problema. Nos estamos yendo por las ramas y hemos dejado de orientar la atención a la raíz del mal. No es desnutrición. Es pobreza.

Algún desinformado o malintencionado se ha empeñado en confundir malnutrición con desnutrición para desactivar la movilización social. En Catalunya no hay hambre infantil. Verdad. No hay menores desnutridos, si descontamos a los que padecen trastornos alimentarios. Cierto. Pero creer que negando esto se han borrado de un plumazo las consecuencias en la dieta de los más pequeños de la escasez por la que atraviesan sus padres es hacer un flaco favor a la sociedad. Por no hablar de los desalmados que han aprovechado la polémica para acusar a padres inconscientes de las penurias alimentarias de sus hijos.

Voluntad sin recursos

No fueron los políticos ni los medios de comunicación los que lanzaron la primera señal de alerta. Fueron las oenegés y entidades sociales especializadas, muchas de ellas con un rigor que ya quisieran para sí muchos organismos oficiales, los que dieron el aviso: miles de niños no comían bien, y el único ágape potable era el que hacían en el colegio.

El desplome estrepitoso de las arcas públicas trajo consigo recortes en las llamadas becas comedor. Las ayudas para que las familias con menos ingresos pudieran sufragar la comida en la escuela sufrieron un drástico ajuste, y con él desaparecía la única comida completa y equilibrada.Esplais, ayuntamientos y centros educativos han intentado suplir esta carencia con más voluntad que recursos.

No faltan alimentos. Lo que falta es dinero, además de la constatación pública de que con la comida --sobre todo con la de los niños-- no se juega. No hay que ser alarmistas ni alertar sobre problemas inexistentes. Pero obviar los reales es aún más irresponsable.