Catalunya sin el PSC, el PSOE sin Catalunya

Albert Sáez

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Algunos autoproclamados soberanistas catalanes gozan estos días ridiculizando el enfrentamiento abierto entre los dirigentes del PSC. Es una tremenda irresponsabilidad, sobretodo para aquellos que trabajan para lograr que Catalunya pueda celebrar una consulta para decidir sobre su relación con España. No se trata aquí de exculpar a los dirigentes socialistas de sus propios errores que posiblemente ellos conozcan mejor que nadie. Errores estratégicos, ideológicos y, si me permiten la osadía, organizativos. Se habla mucho del impacto de los pactos tripartitos en los resultados electorales de los socialistas y de las consecuencias del repliegue contra la independencia de los últimos meses. Hay quien sabe mucho de todo ello y habla por los descosidos. Pero se encuentra a faltar también alguna autocrítica sobre el modelo organizativo instaurado tras el famoso congreso de Sitges y muy especialmente tras el de l¿Hospitalet. Las discusiones que afloran estos días desprenden un cierto aire de reyerta entre gente que lleva soportándose toda la vida sin decirse lo que piensan, aterrorizados por perder el poder en unos casos o la cuota de representación que garantiza el disenso en otros. Tiene aire de grupo cerrado, autoreferenciado y autoalimentado. Que nadie se ofenda porque este es un mal que sufren muchas organizaciones, también las políticas. La situación actual del PSC es el resultado, también, de la cultura de partido que ha generado y de las formas de relacionarse interna y externamente. Y lo cierto es que tantos años de triunfos consecutivos han convertido al PSC en una organización excesivamente conservadora, de izquierdas pero poco permeable a integrar gente e ideas nuevas. Si lo comparamos con sus competidores fijémonos si los socialistas han dado saltos ideológicos como los de CDC respecto a la homosexualidad, por ejemplo, o los que separan al PSUC de ICV en materia medioambiental. Por no hablar del PP que ha pasado de votar contra la constitución a defenderla con uñas y dientes. Las recetas, las caras, los discursos, la iconografía socialista es la misma de hace 20 años. Eso indica que hay otra manera de ver el actual conflicto: en un lado están los que no quieren cambiar porque aún conservan el poder y en el otro los que quieren buscar nuevas ideas para reconquistarlo. Algo más complejo que la pura dialéctica entre catalanistas y no catalanistas. Pero más allá de estas circunstancias internas del PSC, los soberanistas no deberían perder de vista que lo que cruje en el PSC es también consecuencia de cómo se posiciona su espacio social respecto al derecho a decidir. Si lo que les pasa al PSC no les importa, lo que pasa en la sociedad a la que pretenden dar la palabra no lo pueden obviar.

Y una reflexión similar debería hacer en el PSOE en sentido contrario. Su alianza con los catalanistas del PSC les ha dado la hegemonía absoluta en Catalunya en las legislativas y en las municipales además de haber gobernado un tercio del periodo de la Generalitat reestablecida. Esta hegemonía catalana ha sido igualmente determinante en muchas de las mayorías que han permitido al PSOE gobernar en España. Ante esa realidad, la dirección del socialismo español y sus entornos intelectuales deberían también reflexionar antes de abrazarse al inmovilismo del PP en el tema catalán. Primero por un sentido práctico. Si Catalunya se marchara, el PSOE lo tendría más complicado para ganar las elecciones. Segundo, por un sentido de lealtad. Estos catalanistas del PSC de los que ahora abominan y que invitan a la dirección catalana los expulse, son los que dieron una parte de la credibilidad al proyecto socialista en Catalunya hasta el punto de provocar que muchos electores soberanistas les apoyaran en las generales. El PSOE lo va pasaría tan mal sin Catalunya como algunos de sus dirigentes pronostican que lo pasarían los catalanes sin España. Antes de hacer sudar la camiseta a Navarro para apoyar su propuesta federal, más de uno se lo debería pensar en Ferraz y no escandalizarse por el principio de ordinalidad fiscal ni por el derecho a decidir que Guerra puso en el programa del PSOE de 1977 con el revolucionario nombre de "derecho a la autodeterminación".