FICCIÓN REAL

Víctima de un drama silenciado

En 'Una historia de locos', Robert Guédiguian se inspira en el atentado sufrido hace 36 años por el periodista José Antonio Gurriarán

COMPLICIDAD . José Antonio Gurriarán y Robert Guédiguian, conversando sobre el genocidio armenio.

COMPLICIDAD . José Antonio Gurriarán y Robert Guédiguian, conversando sobre el genocidio armenio. / GETTY

NANDO SALVÀ

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La vida de José Antonio Gurriarán cambió para siempre el 30 de diciembre de 1980. Aquella tarde paseaba por el centro de Madrid cuando una explosión tuvo lugar en plena Gran Vía. Nada más entrar en una cabina telefónica para informar al diario 'Pueblo', del que era subdirector, justo a su lado detonó un segundo artefacto, colocado por el Ejército Secreto Armenio para la Liberación de Armenia (ASALA). Sus piernas quedaron destrozadas. Pasó un año entre quirófanos para salvarlas.

«No sé si fue porque mis padres eran gente de paz, o porque siempre he sido seguidor de Ghandi, pero no sentí ni odio ni rencor», recuerda ahora el periodista, hoy en silla de ruedas pero aún lleno de pasión. En lugar de eso se puso a estudiar la historia de los armenios, del horrible genocidio que sufrieron en 1915 a manos de Turquía y de su larga lucha contra el olvido.

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Y no solo eso. Gurriarán movió cielo y tierra hasta que meses después, tras vivir situaciones propias de película de espías y jugándose la vida, viajó hasta Líbano para reunirse con los líderes de ASALA y con los atacantes de Madrid. «Quizá actué movido por el síndrome de Estocolmo, quizá por mera inercia profesional», explica. «Necesitaba hablar con ellos, saber por qué ponían bombas en plena Navidad en un país que no tenía nada que ver con su historia». Cuando los tuvo delante les regaló un libro de Martin Luther King.

LIBRO DE MEMORIAS

Su historia -relatada en su día en el libro de memorias 'La bomba' (1982)- ha servido de punto de partida para 'Una historia de locos', la película más ambiciosa y más personal de Robert Guédiguian. Hijo de un armenio y de una alemana -«los genocidios son cosa de familia»- y dotado de un inagotable compromiso político, el director marsellés llevaba mucho tiempo interesado en llevar a la ficción la página más dolorosa de la historia de sus antepasados paternos. «Desde que empecé a hacer cine hace 35 años he sentido responsabilidad hacia Armenia, y quizá fuera eso lo que me impedía encontrar el enfoque adecuado», apunta Guédiguian, que hace una década ya dirigió el documental 'Le voyage en Arménie' (2006). Todo cambió cuando hace siete años conoció a Gurriarán en un festival armenio en Marsella.

LA TRAMA

Desde el próximo viernes en la cartelera, Una historia de locos traslada los hechos a territorio galo -«en España la comunidad armenia es muy pequeña, y en mi ciudad representa el 10% de la población», explica el director- para contar la historia de Aram (Syrus Shahidi), un joven que a finales de los 70 se incorpora al ASALA y que en París participa en un atentado contra el embajador de Turquía. El ataque causa graves heridas a un ciclista que pasaba por allí.

Alrededor de ese incidente, el director usa la lucha de varias generaciones de armenios contra el olvido para hablar de asuntos como la identidad y los mecanismos de la lucha armada, y en el proceso se muestra dividido entre la convicción de que ciertas causas demandan soluciones violentas y la certeza de que, en sí misma, la violencia es condenable. «A principios de los 80 hubo un centenar de ataques cometidos por el ASALA y otros grupos contra los intereses políticos y diplomáticos de Turquía», recuerda. «Y yo los justifico, hay situaciones en las que la lucha armada es necesaria. Otra cosa es la violencia contra inocentes. Lo del Daesh, por ejemplo, es un disparate».

Para Gurriarán no hay excepciones. «Las bombas nunca están justificadas aunque a veces pueda entenderse por qué se colocan. El terrorismo nunca ha sido eficaz. Ninguna explosión es tan potente como la no violencia». Cineasta y periodista coinciden plenamente al considerar hasta qué punto la barbarie ha sido somatizada de forma incurable por el pueblo armenio. «Se trata de una melancolía muy particular, sienten haber llegado a este mundo casi de milagro, solo porque sus antepasados lograron sobrevivir», lamenta Guédiguian. Según Gurriarán, «ese sentimiento nunca desaparecerá a menos que los turcos reconozcan lo que hicieron».

INSULTO A LA PATRIA

En el país del Bósforo, afirmar la existencia del genocidio es considerado un insulto a la patria. «Los sucesivos gobiernos de Ankara han recurrido a la manipulación histórica para hacer que el pueblo turco olvide», añade el periodista, que lleva décadas abogando por el reconocimiento del genocidio -en 2008 escribió un segundo libro, Armenios, el genocidio olvidado-. «Lo hacen por motivos económicos, y porque tradicionalmente han basado buena parte de su autoridad en el amor a la bandera». En ese sentido resulta terriblemente paradójico que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, utilizara recientemente la palabra «nazis» para dirigirse a Alemania, un país que sí saldó cuentas con su pasado.

En la actualidad hay unos tres millones de armenios en suelo patrio y entre seis y ocho millones en el extranjero. «Ellos no olvidan, ni al millón y medio de víctimas mortales ni a los 600.000 deportados, y no olvidarán hasta que los muertos descansen en paz», añade Gurriarán. Por intereses comerciales, militares, geopolíticos o religiosos, la mayoría de países de la comunidad internacional -entre ellos España- no han condenado el genocidio. «En realidad los armenios son víctimas por partida doble. Hace cien años lo fueron de las matanzas; hoy lo son del silencio».