CÓMO NOS AFECTA EUROPA. 6

Unidos por la economía

MARC ESPÍN
BARCELONA

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Hoy es más fácil y más barato viajar a Berlín o llamar a París que hace 20 años. El desarrollo del mercado único europeo está detrás de estas ventajas. Menos barreras estatales, menos impuestos, más competitividad y precios más bajos para los consumidores. Dicha así, la fórmula convence. Sin mercado único las aerolíneas no habrían doblado el número de rutas europeas, ni las compañías telefónicas habrían reducido un 75% el coste de las llamadas internacionales.

También sería más difícil beberse una cerveza catalana en Viena porque el comercio interior europeo no se habría triplicado en solo 10 años. «El movimiento de mercancías es mucho más fácil en Europa por la proximidad geográfica y por la eliminación de aranceles y burocracia que ha supuesto el mercado único», dice Albert Castellón, consejero estratégico y de relaciones institucionales de Moritz.

La histórica cerveza barcelonesa, relanzada en el 2004 tras un cuarto de siglo desaparecida, ya se vende en medio centenar de ciudades de 25 países, la mayoría de ellos de la UE, aunque solo produce en la capital catalana porque, afirma Albert, «el mercado único empieza a ser real y merece la pena viajar; antes tenías que abrir una filial».

 

La libre circulación de mercancías es una de las cuatro libertades fundamentales -las otras tres: servicios, capitales y personas- garantizadas en el Acta Única Europea (1987), un tratado que en 1993 completaba la creación de un mercado interior entre los 12 países que formaban entonces la Comunidad Económica Europea. No habría UE sin mercado único, y no habría mercado único si, tras la segunda guerra mundial, Francia y Alemania no hubieran decidido que el mejor modo de garantizar la paz era estableciendo lazos económicos que generaran intereses comunes. A diferencia de los estados nación, «la UE no se edificó a partir de una identidad común, de un 'nosotros somos', sino que se basó en una lógica resultadista, 'estamos juntos, producimos juntos, consumimos juntos'», explica el catedrático de Ciencia Política Joan Subirats.

Esa unión basada en resultados fue venerada mientras hubo crecimiento. En dos décadas, el mercado único pasó de aglutinar 12 países a 28 y de 345 millones de consumidores a más de 500 millones. Hoy la Comisión Europea presume de liderar la economía con el mayor PIB del mundo, pero admite en sus informes que el mercado único «aún no funciona como debería en beneficio de los ciudadanos y las empresas» y que hace falta una mayor regulación y supervisión, entre otros, del sector bancario.

Fiscalidad y etiquetaje

«La UE es todavía una unión de reinos de taifas, que deben continuar cediendo soberanía para establecer una estrategia común más sólida», sostiene Albert. En el caso de las bebidas alcohólicas, cada país fija impuestos muy diferentes entre sí. «Eso nos ha llevado a elaborar una cerveza con menos alcohol para los países nórdicos, porque un grado duplica el precio», explica. Tampoco hay una normativa armonizada para el etiquetaje; cada estado exige una descripción y unos símbolos distintos.

Pero el mercado único tiene problemas de diseño más importantes, evidenciados con el estallido de la crisis. La escasa regulación financiera a nivel europeo facilitó las inversiones especulativas y/o fraudulentas que están en el origen de la propia crisis. Y la falta de una política fiscal común ha permitido la evasión fiscal, legal o no. Ahí está el caso de Starbucks, que anuncia el traslado de su sede central de Holanda a Londres coincidiendo con una medida que exonera a las empresas registradas en el Reino Unido de pagar impuestos por sus beneficios en el extranjero.

Para Subirats, «los estados se han quedado sin poder político para compensar la desigualdad que genera el mercado único y que no ha dejado de aumentar en Europa en las últimas décadas», en especial, a su juicio, tras el triunfo de la doctrina neoliberal de Thatcher y Reagan. «La UE era una esperanza porque podía ser una respuesta política para compensar los efectos de la economía globalizada, pero avanza demasiado despacio y la globalización lo hace muy rápido», apunta Subirats. Su receta: «La unión bancaria y una política fiscal común».