Al contrataque
La segunda manifestación
Ernest Folch
Editor y periodista
ERNEST FOLCH
Llueven todo tipo de teorías de por qué pasa lo que pasa en Catalunya, a cual más divertida. Por lo menos, la izquierda y la derecha españolas parecen haberse puesto de acuerdo en algo y han llegado por fin a un consenso sobre la causa del supuesto horror: todo es culpa de CiU y de los pérfidos nacionalismos. Con más o menos matices, se dibuja una dictablanda en la que se controlan los medios y se aborrega a los ciudadanos. Sí, la culpa la tiene TV-3. Sí, en Catalunya no hay libertad. Sí, se ha dado rienda suelta a un nacionalismo exacerbado. Sí, sí y sí: unos y otros se dan la razón para certificar que sí, que aquí somos una panda de imbéciles que solo obedece órdenes. Todo fue la confabulación de un partido, dicen, en un aquelarre en el que su líder decidió el camino hacia el abismo; sin caer en la cuenta de que con semejantes metáforas le están haciendo la mejor campaña electoral de la historia: un manifiesto más y darán la mayoría absoluta a Artur Mas.
Catalunya, más que un partido
La fábula es literariamente perfecta, pero, como suele suceder, poco tiene que ver con la realidad. Y es que lo duro de asimilar, el nudo del problema, es lo que no cuenta ningún manifiesto: poco o nada de lo que está sucediendo tiene su origen en algo que haya ideado Convergència i Unió. Catalu-nya, aunque cueste de entender, es mucho más que un partido. De hecho, no hay ningún misterio: todo, absolutamente todo, empezó y acabó con el millón y medio de personas que tomaron las calles de Barcelona el pasado 11 de septiembre, hecho del cual parece ya no acordarse nadie, y mucho menos los intelectuales que deben ver solamente las noticias de Televisión Española, donde la Diada sí fue estaliniamente silenciada, ahora que hablan de silencios. Sin la manifestación, Mas no habría convocado elecciones ni nadie hablaría de ningún referendo, ni mucho menos de independencia. El PSC no estaría a punto del descalabro más importante de su historia, ni Duran Lleida se dedicaría a boicotear la campaña de su propio partido. Sin aquella riada, CiU no habría introducido nunca en su programa el concepto de "Estado propio" ni habría habido de golpe tantos federalistas saliendo de debajo de la mesa como los caracoles después de la lluvia. Y, por supuesto, no se publicaría cada día un manifiesto diferente.
No: el protagonista de este cuento no es ningún partido, ni mucho menos una persona. El sujeto se llama pueblo, y más concretamente, pueblo cabreado. Afirmar, como ha hecho gente tan diferente como Rajoy o Montilla, que el problema lo ha creado el president de la Generalitat es no entender nada. Todo el mundo, y Artur Mas el primero, fue arrastrado por la manifestación más grande celebrada nunca en Catalunya. Si unos y otros lo siguen ignorando, se encontrarán de bruces con otra gran sorpresa: la segunda y definitiva manifestación.
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