Al contrataque

¡Viva la bicicleta!

Un grupo de ciudadanos circula en bicicleta, por Barcelona.

Un grupo de ciudadanos circula en bicicleta, por Barcelona. / periodico

ERNEST FOLCH

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Pocos objetos despiertan más pasión que la bicicleta: es a la vez un icono del ocio y un medio de transporte, y contiene tanta simbología que ha acabado siendo en sí misma una ideología. Se la han apropiado indebidamente los partidos de izquierda a favor y los partidos de derecha en contra, y mientras esto ocurre, los ciudadanos se han lanzado a usarla sin más prejuicios. En ciudades como Barcelona, ¿¿el fenómeno ha estallado: mires donde mires hay turistas, ejecutivos, autónomos, jóvenes, mayores y gente de paso decididos a desplazarse de otra manera. Y es que en plena crisis la bicicleta es una solución de transporte muy asequible.

O al menos así era hasta que el Ayuntamiento de Barcelona decidió subir la tarifa anual del Bicing un 116%, hasta los indigeribles 97,50 euros actuales. Más que una subida escandalosa ha sido el último desencuentro de este ayuntamiento con los ciclistas. En el mes de julio, el alcalde Xavier Trias llegó a decir, con una contundencia sorprendente, que había que "expulsar a los ciclistas de las aceras", sugiriendo que había un conflicto importante en la ciudad entre los que van a pie y los que se desplazan sobre dos ruedas. Y el concejal de Movilidad recomendó la semana pasada, no se sabe si haciendo un chiste o no, que quien no se pueda pagar el Bicing se compre una bicicleta. En realidad, toda esta cascada de despropósitos no hace sino revelar una incomodidad creciente del actual equipo de gobierno con la bicicleta. Quizá llegaron a creerse aquella campaña absurda de hace cinco o seis años que nos quería hacer creer que los peatones vivían atemorizados por los ciclistas y han acabado confundiendo las prioridades.

Una solución perfecta

En una ciudad donde conviven muchas maneras de transportarse en poco espacio es lógico que haya algún problema inevitable, pero elevarlo a la categoría de conflicto social es sencillamente distorsionar la realidad. Las bicicletas no provocan muertos ni son ningún peligro y los accidentes que provocan son estadísticamente irrelevantes. Es al revés: son una bendición y una solución perfecta en los tiempos que vivimos. En lugar de incentivar su uso, como se hace en las grandes ciudades del mundo, el ayuntamiento se dedica a ponerle palos en las ruedas.

Excelentísimo alcalde: si alguien va por la acera es porque no hay suficientes carriles bici y, sencillamente, no quiere arriesgar su vida. Creen más espacio para las bicicletas, habiliten más aparcamientos, no suban los precios y faciliten su uso: ya verán como no habrá otro incidente remarcable. Una invasión maravillosa de bicicletas ha tomado Barcelona y resistirse, además de poco hábil, es completamente inútil. En una ciudad, quien debe ser expulsado, y sin miramientos, es el coche, guste o no a los lobis de la zona alta. Basta con ver lo que hacen en Amsterdam, Pekín o Burdeos para saber dónde está el futuro. Parafraseando aquella expresión, podríamos decir que la manía a la bicicleta se cura viajando. Ahora, más que nunca, es preciso gritar: ¡viva la bicicleta!