Al contrataque

Un partido tóxico

Ernest Folch

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Ya se sabe que la memoria política es frágil. Del plante digno y justo de la consellera Rigau a los elogios que hace tan solo seis escasos y brevísimos meses Convergència le dedicaba al Partido Popular existe un viaje político supersónico. Se nos toma por amnésicos si se pretende que pasemos de aquel «buen gobierno» del PP al descubrimiento repentino de Lucifer sin más explicaciones que las de un pacto fiscal fallido, una manifestación histórica y el trompazo de unas elecciones.

Hace demasiados pocos meses que la Generalitat apostaba aún por el Ejecutivo de Rajoy como el Gobierno de la esperanza. Era el momento de apretar a fondo con los recortes sin que nadie estorbara. Al PP catalán se le dio un pasaporte dorado hacia el centro político y se le regaló, bien envuelto, el control de la Diputación de Barcelona, la vicepresidencia de la Corporació y por dolorosa omisión el no menos doloroso Ayuntamiento de Badalona. En un tiempo récord, el PP pasó de ser un partido marginal a obtener por primera vez unos cuantos puestos clave de la sociedad catalana. Eran tiempos en los que Alicia Sánchez-Camacho nos daba las exclusivas del Presupuesto en prime time y nos advertía de que había logrado frenar la tasa turística. La ola azul lo invadía todo, hasta que los tam-tam del soberanismo comenzaron a crecer: el resto de la historia lo conoce todo el mundo y es profecía. A quienes observábamos con estupefacción la deriva que iban tomando los pactos se nos contestaba, con displicencia, que la política es pacto y que la única ideología es la realpolitik. Después del 25-N, los estadistas han retrocedido y CiU ha regresado al lugar natural de donde nunca debió salir, hasta el punto de que hay días en que parece que volverá al notario en cualquier momento.

La reflexión sobre el PP

Ahora que CiU ha decidido dar la razón a quienes criticaban aquellos pactos, sin por cierto ningún mea culpa, y ha demostrado que rectificar es de sabios, es el momento de hacer una profunda reflexión sobre el papel del PP con Catalu-

nya. Ahora no vale hacerse el sorprendido, porque el PP de hoy es estrictamente igual que el de hace un año: el único cambio sustancial ha sido el de las alianzas con CiU. Vilaweb demostraba ayer que Wert ya anticipó en el 2010 exactamente lo que está haciendo ahora. La FAES no ha variado ni un milímetro su ideario, y Rajoy y compañía nunca han escondido sus pulsiones seudofranquistas con las cuestiones identitarias.

No hay que darle tantas vueltas: el PP es un partido tóxico para Catalunya, y no se le debería permitir nunca más volver al centro político, aunque sea por nuestra supervivencia. No basta con dar marcha atrás en unos pactos puntuales. Hay que buscar un consenso entre la mayoría de partidos para aislarlo y evitar que nadie le vuelva a construir una autopista. De momento, al cierre de esta edición y en plena ofensiva de Wert, el popular Armand Querol era todavía vicepresidente de la Corporació.