Al contrataque

La industria del miedo

El ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert, en una rueda de prensa.

El ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert, en una rueda de prensa. / periodico

ERNEST FOLCH

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El miedo ya no es un sentimiento: es una industria. De infligir temor en vivo cada vez a más gente, como demuestra la ola de histeria que ha desatado en algunos medios la manifestación pacífica del 11-S y sus posteriores consecuencias. El espacio estrella de esta maquinaria son las tertulias de Intereconomía y otros imitadores, que son la ventana por donde sale toda la porquería que luego embadurna nuestra atmósfera política. Todo este detritus ideológico no es fruto de ninguna casualidad ni de ninguna banda de esquizofrénicos, sino que responde a una estrategia muy pensada y, sobre todo, muy rentable.

Después del turismo, la caza del catalán debe ser una de las actividades que más contribuye al PIB español: en estos momentos se disputan este espacio tres diarios de tirada nacional (uno de los cuales, por cierto, es propiedad de la empresa editora que dice que se irá a Cuenca si Catalunya es independiente), cuatro o cinco televisiones y tantas radios que ya no caben en este artículo. Todo negocio que se precie debe tener unos buenos ideólogos: capitaneados por Alejo Vidal-Quadras, cuentan con la inestimable ayuda de Fernando Savater, Arcadi Espada o Hermann Tertsch.

El último chiste de la célula intelectual que inspira la nueva yihad de la extrema derecha ha sido pedir una suspensión de la autonomía en Catalunya y, por boca de Jaime Mayor Oreja, decir que el terrorismo de ETA es «la vanguardia del nacionalismo catalán». ¿Se acuerdan de cuando el argumento contra el plan Ibarretxe era que no se podía permitir ningún planteamiento político mientras hubiera terrorismo? En Catalunya no hay, como sabe todo el mundo, ningún tipo de violencia, y a pesar de ello sigue la rabia: ergo, el terrorismo no era el problema, sino la coartada necesaria para justificar aquellos argumentos.

El poder se moja

Esta vez, la novedad es que las invectivas han traspasado el ámbito de las tertulias y han llegado al poder político: José Ignacio Wert, el ministro de Educación, y la innombrable delegada del Gobierno comenzaron ayer a hacer la competencia a los altavoces del odio. La maquinaria del miedo quiere carne fresca y ya no le basta con simples tertulianos: ahora quiere también que el poder se moje. Este odio visceral se genera siempre en seudodebates hard donde todos se dan la razón, que viven su momento culminante cuando el tertuliano de turno compara Catalunya con el Tercer Reich y comienza el festival impune de analogías nazis. Todo ello recuerda cada vez más las llamadas al odio que los hutus dirigían contra los tutsis desde aquella tristemente célebre Radio Télévision Libre des Mille Collines los meses previos a la gran masacre.

Ha llegado el momento de recordar que la violencia verbal es el paso previo a la violencia física. Detrás del negocio de los insultos radica en realidad el deseo irrefrenable y cada vez más verbalizado de un conflicto bélico. Si nadie para esta espiral, una cuestión tan importante como la de la independencia pasará a ser incluso un asunto secundario.