Al contrataque

Un espectáculo entrañable

Ernest Folch

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Al cuadro decadente de la familia real española le faltaba todavía la última pincelada. Ahí estaban, bien retratados, el proscrito Marichalar, el cazador sin cadera delante de los elefantes, las maravillosas andanzas del increíble Instituto Nóos y de la infanta desalmada, pero faltaba todavía la puntilla definitiva. Porque a este lienzo espeluznante que se nos está pintando delante de nuestras narices para que un día nos regocijemos artísticamente con estas meninas del siglo XXI le quedaba todavía el último y siniestro personaje, que por supuesto era el fundamental. Sabíamos de su existencia por las remotas cacerías de Botsuana, pero era todavía una incógnita, una mera presencia espectral, un misterio.

Pero al fin ha aparecido la tal Corinna zu Sayn-Wittgenstein y ha roto el hechizo --primero en una entrevista en 'El Mundo' y luego, atención, en la portada de '¡Hola!'-- en la categoría nada más y nada menos que de amiga "entrañable" de su majestad el Rey. Imagínense las vueltas y vueltas que tuvo que dar con sus abogados para encontrar al fin el adjetivo preciado que permitía decir sin explicar, enseñar sin mostrar, hablar sin contar. Cuántas deliberaciones debió de haber detrás de ese "entrañable", cuántos filólogos y cuántos maquiavelos.

Lo peor del vocablo no es, como se ha dicho, que sea un mero eufemismo de la nada ambigua palabra 'amante', sino que sugiere, desde la ternura, que la relación se ha acabado, que ya no habrá más cacerías, ni más apariciones semicasuales en actos reales, ni más fiestas, ni más nada. Algo entrañable ya no tiene nada que ver con el amor en presente sino solo en pasado, y en la propia palabra está el secreto del porqué de su confesión: Corinna va ya por libre y, como el desamparado Urdangarin, habla desde fuera como un cabo suelto, resumiendo en este "entrañable" el desmoronamiento final de una institución que ya no puede con la fuerza de Twitter, es decir, de la democracia.

Intereses de todos nosotros

Entrañable fue pretender que nunca nos enteraríamos de su relación real, como entrañable ha sido su confesión de que hacía contactos en nombre del Gobierno de España, no se sabe si en calidad de amante o de amiga, pero, eso sí, gratis y sin cobrar del erario público. Entrañable ha sido descubrir que, en cambio, cobraba de las empresas privadas y que no nos habíamos enterado de que era un hacha de los negocios, como el gran Bárcenas, que va sumando millones en su cuenta de Suiza a cada hora que pasa. Entrañable es que la semirreina efímera declare ahora que sus negocios eran globales y que sus asuntos eran "confidenciales y clasificados", es decir, que la amante rubia manejaba intereses de todos nosotros sin que nadie, mira por dónde, se hubiera enterado. Mirando todo este espectáculo feudal está un país asolado por la crisis y con seis millones de parados. Eso sí, muy entrañable.