EL RADAR

Soria, la desfachatez y las urnas

La relación, tóxica, del PP con la corrupción, las puertas correderas y el mundo del dinero no bastó para que Rajoy perdiera las elecciones

La brecha entre el ellos y el nosotros no hace más que agrandarse, y tanto abismo no es una buena noticia para el sistema, aunque en las urnas los partidos implicados no lo noten

Soria, en abril pasado, antes de renunciar a su cargo de ministro.

Soria, en abril pasado, antes de renunciar a su cargo de ministro. / EFE / JUAN CARLOS HIDALGO

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Joan Cañete Bayle
Joan Cañete Bayle

Subdirector de EL PERIÓDICO.

Especialista en Internacional, Transformación Digital, Política, Sociedad, Información Local, Análisis de Audiencias

Escribe desde España, Estados Unidos, Israel, Palestina, Oriente Medio

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La capacidad de sorprender --algunos lectores en las cartas que envían a Entre Todos prefieren llamarlo, para decirlo suave, cara dura-- del Gobierno del PP parece no tener límites. O, como también se ha apuntado en el debate ciudadano alrededor del ‘caso Soria 2’, la desfachatez y la sensación de impunidad. El sainete de Jose Manuel Soria --su puestazo en el Banco Mundial anunciado un viernes por la noche minutos después de dar por acabada la investidura y su posterior renuncia a lo que el Gobierno  presentaba como un nombramiento automático que casi casi se veía obligado a efectuar--  supera la sobrada y demostrada capacidad del Ejecutivo de obrar de espaldas al sentir ciudadano.  “Lo del PP no tiene solución. Es más, estoy convencido de que todos los escándalos de corrupción y estas maniobras indecentes lo hacen de forma natural y sin tener el menor sentimiento de culpabilidad”, escribe Eduardo Sánchez, de Sant Feliu de Llobregat. Si no es así, sin duda lo parece.

El ‘caso Soria 2’ lo tiene todo para indignar. El hecho en sí. Las justificaciones que después se demostraron falsas. La renuncia que más tarde intentaron presentar como una virtud. Las maniobras obstruccionistas en el Congreso. “Los ciudadanos nos merecemos un Gobierno honesto y este, desde el ‘Luis, sé fuerte, hacemos lo que podemos’, no lo es”, escribe Miguel Fernández, de Madrid. “Señor Rajoy, yo también soy funcionaria, mujer, titulada superior tres veces, he ganado una plaza por concurso libre. ¿Cómo es que a mí no me ha nombrado directora ejecutiva del Banco Mundial con un sueldo de 220.000 euros al año? Creo que podría hacer un buen papel, no tengo nada que ver con los ‘papeles de Panamá’ y no tengo ninguna mancha de corrupción. Señor Rajoy, piense en mí y en tanto y tantos funcionarios honestos que estamos relegados”, ironiza Rosa Martí, que fue alcaldesa de Parets del Vallès.

INVESTIDURA Y URNAS

La relación, tóxica, del Gobierno y el partido de Mariano Rajoy con la corrupción, las puertas correderas y el mundo del dinero es uno de los motivos por los cuales el presidente en funciones perdió la investidura. En cambio, no bastó para evitar que Rajoy ganar las elecciones el 20-D y después mejorara resultados el 26-J (aunque siempre fueron inferiores a los del 2011). ¿Dónde está tanta indignación con la corrupción del PP cuando llega la hora de depositar el voto en la urna?, se preguntaron muchos el 26-J cuando no daban crédito ante el resultado que dictaminaron las urnas.

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Sí, parece que en la cultura política española cueste mucho más pasar facturas por el mal uso del dinero común o por la connivencia entre poderosos. “Ahora que el nuevo curso está cerca de comenzar y en el marco del despliegue de la lomce, estaría bien sustituir conceptos educativos como esfuerzo, sacrificio y responsabilidad por desvergüenza, incompetencia y cinismo. Al fin y al cabo es lo único que se necesita para progresar en la sociedad que vivimos según los referentes que nos rodean”, tiraba de sarcasmo en su carta Jaume Farrés, de Olesa de Montserrat.

Pero que la indignación no pase factura en las urnas no significa que no exista, de la misma forma que un buen resultado electoral no implica ni un perdón ni una carta blanca. La indignación que no aparece en los resultados electorales adopta otras formas (el pasotismo y su prima hermana, la abstención, por ejemplo) que si bien no perjudican a los partidos más enfangados sí son muy perjudiciales para la buena salud del sistema político. El exilio de la meritocracia, el premio a la fidelidad y no a la capacidad, el perdón al propio y la mano dura con el débil hacen un flaco favor al sistema representativo. La brecha entre el ellos y el nosotros no hace más que agrandarse, y tanto abismo no es una buena noticia, aunque en las urnas los partidos implicados no lo noten.