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La segunda transición: ¿reforma o ruptura?

Rubalcaba y Rajoy se saludan durante la investidura del segundo.

Rubalcaba y Rajoy se saludan durante la investidura del segundo.

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Enric Hernàndez
Enric Hernàndez

Director

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A principios de los 90, el pugnaz opositor de la época publicó un libro tituladoLa segunda transiciónen el que dejaba entrever un proyecto político de largo alcance: un frenazo y marcha atrás en el proceso de descentralización territorial, la dilución de los nacionalismos periféricos y la consiguiente acentuación del bipartidismo. O lo que es lo mismo: laperpetuación en el poder de la derecha, que al fin había superado sus guerras cainitas mientras la izquierda seguía a vueltas con la batalla entre socialdemócratas y poscomunistas. Ocho años en la Moncloa y una holgada mayoría absoluta no le alcanzaron aJosé María Aznar para completar aquel sueño de castellano viejo, pero sí para poner su granito de arena en un paulatino descrédito de los partidos y del conjunto de las instituciones que, veinte años después, ha abonado, ahora sí, la perentoria necesidad de una segunda transición democrática. Ante la incesante oleada deescándalos de corrupción, que combinados con los devastadores efectos de la crisis económica socavan la credibilidad de la clase política y los cimientos mismos del sistema democrático, el dilema que afronta España no es muy distinto al que se le presentó tras el fallecimiento --de muerte natural-- del dictador:¿Reforma o ruptura?¿Derrumbar la arquitectura institucional del franquismo para fundar una de nuevo cuño o tomar la vieja legalidad como punto de partida, mutándola en democrática? Bajo los efectos de una recesión parangonable a la presente, la altura de miras de unos y otros, de los sectores aperturistas del antiguo régimen y de la oposición procedente de la clandestinidad, auspició entonces una transición basada en el pacto en lugar de la revancha, con la Jefatura del Estado como nexo de continuidad entre pasado y presente. Y, no es ocioso recordarlo, bajo la amenaza de un estamento militar al que mucho está costando civilizar.

De vuelta al presente, la corrosión de los engranajes de nuestra maquinaria política quizá no imponga un cambio de régimen como el de hace cuatro décadas, pero la disyuntiva que afrontan los dirigentes políticos no es de menor trascendencia: o impulsanuna puesta punto de la democracia española que restaure la confianza entre representantes y representados, o el colapso del sistema será solo cuestión de tiempo.

Eldecálogo para la regeneración democrática y lalucha contra la corrupción que EL PERIÓDICO DE CATALUNYA ha elaborado de la mano de sus lectores, los expertos y los diferentes actores políticos y sociales persigue justamente esa finalidad: restablecer la separación de poderes e instaurar unos equilibrios institucionales semejantes al modelo anglosajón de checks and balances, de controles y contrapesos. Las medidas propuestas parten de la premisa de que los partidos, que de encauzar la voluntad popular han pasado a patrimonializarla sin cortapisas, debendevolver la soberanía a quienes les corresponde: los ciudadanos. La solución es más democracia.

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Por difícil que les resulte aceptarlo, si los grandes partidos no renuncian a una parte del poder que han acumulado corren el riesgo de serarrollados por una sociedad que ya no tolera elgremialismo y los privilegios de la clase política, pero tampoco de poderes privados como la banca, las patronales, las grandes empresas, los sindicatos o los medios de comunicación.

El crecienteactivismo de los movimientos sociales demuestra que se está gestando una revuelta cívica que exige de los partidos la altura de miras que tuvieron en la transición. Si desoyen ese clamor, la ciudadanía acabará organizándose por sí misma para, pacífica y democráticamente, bajarlos de su pedestal.