La reconquista de la Rambla

Los barceloneses quieren recuperar el paseo y exigen el fin del monocultivo turístico

Apuestan por menos tráfico, más vigilancia y mayor calidad en la oferta de comercio y ocio

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de la Rambla La reconquista TODOS_MEDIA_1 / ÁLVARO MONGE

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JOSEP SAURÍ

«La Rambla ya no es la Rambla. Los barceloneses queremos recuperarla y volver a pasear por ella como antes». Como María Toledano (consultora, 47 años), una contundente mayoría de los centenares de ciudadanos que han participado en el debate propuesto por EL PERIÓDICO exigen el fin de la degradación del paseo más popular de la ciudad y están resueltos a reconquistarlo. Los planes del ayuntamiento para ello son por lo general bien recibidos, aunque no falta quien reclama mayor determinación. «Los problemas de la Rambla no acabarán porque se ensanchen las aceras. Hay que ir más allá», dice Damià Perpinyà (maestro, 39 años).

Qué le sobra y qué le falta a la Rambla, preguntaba este diario una vez conocidas las líneas maestras del plan de usos encaminado a echar el freno al «monocultivo turístico», en palabras del alcalde Xavier Trias, restringiendo licencias hoteleras y de restauración y ocio y primando la cultura. El diagnóstico ciudadano es concluyente. Por un lado, demasiados turistas, claro -«hay tanta gente que si te alejas un metro de tu acompañante tienes que acabar llamándole para saber por dónde anda», apunta Damià-, y una oferta deficiente: «Sobran muchísimas tiendas de suvenires y súpers, incluso restaurantes, y faltan comercios autóctonos con productos que aporten originalidad e identidad», dice Jordi Corbeto (comerciante, 31 años).

Más síntomas: inseguridad -«le sobran arrebatadores de bolsos y trabajadoras del sexo» (Fernando Weissmann, 70 años, arquitecto-, suciedad, demasiados coches... Vamos, que lo que debería ser «no solo un atractivo turístico de primer orden, sino el lugar donde viven muchos barceloneses y el camino natural desde el centro de la ciudad hacia el mar» (Josep Alemany, 60 años, asesor público local) es hoy «tierra de nadie, un mal necesario que hay que atravesar, a poder ser a paso ligero, para ir del Gòtic al Raval o viceversa» (Antonio Tena, 30 años, traductor).

REFLEJO / Acisclo González (administrativo, 53 años) remacha: «Con el tiempo y ante la inacción de los responsables políticos, la Rambla se ha convertido en lo que entre todos hemos logrado que sea: un lugar de imposible paso, no recomendable para el turista despistado, sucio, ruidoso, con múltiples actividades ilícitas

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-cuando no delictivas- y, desgraciadamente, reflejo de aquello en lo que se está transformando nuestra querida Barcelona». Hay pues muchas dudas sobre el modelo de ciudad, sí, y reivindicativa nostalgia, también: «Echo en falta las Ramblas   de cuando era joven e íbamos a pasear y a tomar calamares y cerveza a la plaza Reial» (Rosa Gutiérrez, 52 años, dependienta). Pero los ciudadanos no se limitan ni mucho menos a quejarse. Entre el alud de propuestas: menos chiringuitos, menos despedidas de soltero/a, flamencas made in China, paella plastificada y sangría a precio de gran reserva, más limpieza y vigilancia, más flores. «Una Rambla moderna sin dejar de ser la Rambla de siempre», sugiere Francesc Julià (tornero, 33 años).

Aplausos también a la idea municipal de dar más espacio al peatón. Eso sí, mientras algunos, como Josep, solo piensan en «limitar el acceso rodado a vecinos y servicios y así poder ampliar las aceras», otros cortarían por lo sano: «Colón nos señala el camino. Los coches, al mar» (Agustí Farrés, 51 años, arquitecto).