EL RADAR

Dejemos a los niños ser niños

¿Soporta cada vez menos esta sociedad a los niños?, se pregunta un lector. Algo de eso hay

¿Por qué se culpa a los críos cuando son los padres los maleducados y maleducadores?

Vagón silencioso del AVE.

Vagón silencioso del AVE. / JOAN CORTADELLAS

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Joan Cañete Bayle
Joan Cañete Bayle

Subdirector de EL PERIÓDICO.

Especialista en Internacional, Transformación Digital, Política, Sociedad, Información Local, Análisis de Audiencias

Escribe desde España, Estados Unidos, Israel, Palestina, Oriente Medio

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La carta de la semana en Entre Todos ha sido la de Ignasi Maristany titulada La sociedad cada vez soporta menos a los niños pequeños, en la que describe lo que le sucedió en un viaje de ida y vuelta en el AVE a Madrid con sus dos hijos. A la ida: "Subo al AVE dirección Madrid con mi mujer, dos niños de 3 y 1 año, sillita y maletas. Cuando, después de todo el estrés que supone llegar allí a tiempo, te instalas en tus asientos, escuchas: ‘¡Vaya mierda! De todo el tren nos tenían que tocar a nuestro lado’. Evidentemente, la chica que soltó el comentario con intención expresa de ser escuchada acababa de ver cómo se esfumaba el apacible viaje, abrazadita a su pareja, que había imaginado". A la vuelta: "Sucedió exactamente lo mismo con una adolescente que no paró de quejarse en voz alta: ‘Es que no hay derecho’; ‘No tendrían que dejar viajar a niños...’"

El testimonio de Ignasi ha dado lugar a muchísimas muestras de apoyo (y de repulsa a los adultos cascarrabias) en forma de cartas y de comentarios en las redes sociales. "Pensemos que son niños y que han de hacer cosas de niños: moverse, gritar, cantar, estar felices... Si queremos niños ‘mueble’, mejor dejemos que envejezca este mundo sin alegría", escribió Toni Artal, de Barcelona. "Ciertos adultos tienen una cierta amnesia temporal... No se acuerdan de cuando eran niños. Serían igual o peor", se leía en uno de los muchos tuits que recibimos al respecto.

Es la de Ignasi una queja habitual de muchos padres: la escasa tolerancia (y ayuda) social con la que se encuentran allí donde van con sus niños pequeños. Algo (mucho) de una creciente animadversión hacia lo infantil de parte de la sociedad hay. El mercado, de hecho, lo ha detectado: el AVE ha creado un vagón silencioso en el que no están permitidos los niños y hay hoteles y restaurantes que basan su modelo de negocio en prohibir la entrada de críos.

A los papás y mamás indignados el caso de los restaurantes les llama de forma especial la atención, dadas las carencias que el sector de la hostelería suele tener hacia los más pequeños, al menos en comparación con lo que sucede en otros países: escasas sillitas para niños, muy poca oferta de restaurantes con espacios infantiles en los que los niños pueden jugar mientras los adultos comen con tranquilidad, ausencia de cambiadores para bebés en los lavabos (en los de ellas, y en los de ellos)... Resulta difícil de creer para quienes no son padres y sufren a unos niños ruidosos, pero es cierto lo que afirma Ignasi en su carta: "¿Alguien cree que nosotros viajamos cómodos con los niños? Ni siquiera hay un mísero espacio pensado para ellos, de la cafetería al pasillo, del pasillo al asiento. Necesitan moverse. O comer. O les cuesta dormir". Como los adultos.

Mario Guerrero, de Vilanova i la Geltrú, aportó otro argumento a la conversación: "También hay que tener en cuenta que hoy día no se educa a los niños en el respeto a los demás. El todo permitido en casa lleva al todo permitido fuera de casa para no contrariarlos. Es un pecado contrariar un niño, no sea que se deprima. Soy padre de tres niños y sé que se ha de tener un poco de margen. Pero observo la actitud de muchos padres con otros niños y es deplorable".

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Es este otro tema recurrente: la excesiva tolerancia con la que se trata a los niños hoy, el escaso apego a la disciplina, la permivisidad que raya en la negligencia de la responsabilidad como padre. Y algo (mucho) de ello también hay, todo el mundo puede contar una historia de niño malcriado que ha convertido un viaje o una comida en un infierno ante la indiferencia de sus padres. Y así, como suele con los niños, se llega a la misma conclusión: ¿por qué se culpa a los críos cuando los maleducados y los maleducadores son los padres?

Son tiempos difíciles estos para ser niño. O se les permite todo o se les prohíbe todo. O se les exige que actúen como adultos o se les protege hasta lo ridículo. O se les entrega sin condiciones el espacio público o se les expulsa de él. Tal vez si les dejáramos ser simplemente niños, con obligaciones y perrogativas acordes a su edad y desarrollo, seríamos mejores adultos.