Que pague Colau

Como se ha visto esta semana con la huelga del metro en pleno congreso del móvil, sin ser centrista, a la alcaldesa le llueven críticas de izquierda y derecha

Colau sufre la brecha entre la poesía del cambio y la prosa de un gobierno en minoría

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, habla por teléfono, en el Mobile World Congress.

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, habla por teléfono, en el Mobile World Congress. / CARLOS MONTAÑÉS

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Joan Cañete Bayle
Joan Cañete Bayle

Subdirector de EL PERIÓDICO.

Especialista en Internacional, Transformación Digital, Política, Sociedad, Información Local, Análisis de Audiencias

Escribe desde España, Estados Unidos, Israel, Palestina, Oriente Medio

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"Que pague Colau". La simplicidad de este tuit de la CUP CUP(en el que se animaba a viajar sin pagar en el metro de Barcelona durante las jornadas de huelga de los trabajadores de TMB) resume la situación de debilidad (política y en la conversación pública) en la que se ha encontrado la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, en esta semana del Mobile World Congress, ese congreso que unos dijeron que con Colau no se haría en Barcelona y que otros suspiraban por que con Colau no se hiciera en Barcelona. "Ada Colau ha podido comprobar que no es lo mismo llevar la pancarta de una reivindicación que tener que negociar sobre si es o no viable. Ojalá que esta experiencia sirva para que los ciudadanos no vuelvan a ser víctimas de su experiencia", escribía en Entre Todos Joan Duran, de Barcelona.

 A Colau le han caído de todos los lados esta semana. A su derecha, porque no puso en vereda a los trabajadores de TMB y no impidió la huelga del metro huelga del metro en pleno congreso del móvil, ya sea por inexperiencia o porque su alma activista y su radicalismo de izquierdas le han impedido actuar como alcaldesa. A su izquierda, porque se alineó con los postulados de la patronal (la dirección de TMB) ante las demandas de los trabajadores. "He defendido y sigo defendiendo el derecho a huelga como un derecho fundamental y una conquista de los trabajadores. Ahora bien, entiendo que la huelga es una medida extrema a la que se recurre ante pérdidas de derechos y cuando la otra parte no ofrece diálogo, cuando no hay otra vía. No era este el caso", se defendía Colau en un post publicado en Facebook. En vano: "Desde la más modesta opinión de un trabajador afectado por la huelga de metro, me gustaría dar las gracias (...)también a la alcaldesa, Ada Colau, que nos ha demostrado una vez más que esta ciudad le viene grande.", escribía Ferran Martí, de Barcelona. Que pague Colau.

 Desde que en mayo del pasado año ganó las elecciones, Colau ha contado en la conversación pública con una oposición ideológica proporcional a su propia radicalidad de izquierdas. Es una oposición que no le da ni agua y que se expresa, por ejemplo, en la polémica del 'Mare Nostra''Mare Nostra' y a la que también se enfrentan los otros llamados ayuntamientos del cambio, con el de Manuela Carmena en Madrid a la cabeza. Es la misma oposición que subyace en la conversación sobre el modelo de ciudad (la moratoria hotelera). Además, Colau ha tenido desde el primer día una oposición ideológica a su izquierda, en muchos casos procedentes de los propios movimientos sociales de donde han surgido ella y gran parte de su equipo (la gestión de los manteros, por ejemplo). Y nunca hay que olvidar el efecto que tiene en la política catalana el eje soberanista.

EN EL CENTRO... DE LA DIANA DIALÉCTICA

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Sin que Colau sea ni mucho menos una centrista, la pureza ideológica de la conversación sí la sitúa en el centro... de la diana dialéctica. Y en un ejercicio de condición humana, los opositores de ambos bandos solo coinciden en una cosa: en mostrar satisfacción cuando la Colau alcaldesa parece alejarse de la Colau activista: ¿veis?, coinciden, aquellos que van a las instituciones a cambiarlas al final siempre son cambiados por las instituciones. Incluso Colau. La idea tras esta satisfacción es que populismo (antisistema) o pragmatismo (de 'establishment')populismo parecen ser las dos únicas formas de gobernar.

Pero Colau se enfrenta a una tercera forma de oposición: la que genera la distancia entre la poesía del cambio y la prosa de un gobierno en minoría que no ha sabido (podido) tejer una alianza estable; la que se abre entre la retórica de una nueva forma de hacer política y la prosaica realidad de unos ciudadanos que (con razón) exigen a su alcaldesa ir a trabajar en metro sin problemas. En las decenas de cartas que recibimos en Entre Todos sobre contenedores en la vía pública, paradas de autobús que han desaparecido, ruidos nocturnos y excrementos de perro, subyace un gigantesco '¿qué hay de lo mío?' ciudadano, el reproche que generaliza lo particular, '¿no iba  a ser Colau la alcaldesa de los ciudadanos? ¿Entonces porque la grúa se lleva mi coche que sólo había estado mal aparcado veinte minutos?'.  Es la distancia entre las expectativas y la realidad, el choque entre la pureza ideológica y la política más localpureza ideológica política, la diferencia entre la ciudadanía y los ciudadanos. Y por todo ello, como se ha visto esta semana, paga Colau.