EL RADAR

'Pixapins', pueblerinos y turistas incívicos

Vecinos de la Cerdanya y Barcelona se enzarzan en un debate a cuenta del incivismo vinculado al impacto del turismo

Es mayoritaria la crítica al turista, olvidando a veces que a menudo al viajar te conviertes en uno

Turistas con maletas en el centro de Barcelona.

Turistas con maletas en el centro de Barcelona. / FERRAN SENDRA

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Joan Cañete Bayle
Joan Cañete Bayle

Subdirector de EL PERIÓDICO.

Especialista en Internacional, Transformación Digital, Política, Sociedad, Información Local, Análisis de Audiencias

Escribe desde España, Estados Unidos, Israel, Palestina, Oriente Medio

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Varios vecinos de Barcelona y de la Cerdanya han protagonizado esta semana en Entre Todos y en las redes sociales un acalorado debate sobre el turismo y sus consecuencias. Abrió el fuego Albert Martínez, vecino de Alp –"donde dos de cada tres viviendas son turísticas"– con una carta en la que lamentaba los estragos en contaminación, ruido y civismo que causan los turistas en la Cerdanya. "No son ni japoneses ni alemanes ni ingleses ni tan solo franceses los turistas incívicos. Son de Barcelona".

Albert le respondió, entre otros, Carmen Villar, jubilada barcelonesa que se lamentó del mito del "pixapins" y acusó al vecino de Alp de poner a todos los barceloneses "en el mismo saco" para a continuación "denunciar la educación y la amabilidad inexistente en la mayor parte de las tiendas de la Cerdanya. Sean farmacias, pastelerías, hornos de pan, librerías, tiendas de moda, de calzado...".

Carmen se vio impelida a responderle, entre otras, Beatriz Pérez, de Puigcerdà: "Tengo 45 años y llevo trabajando cara al público desde los 18.  Le puedo asegurar que en estos 27 años he visto mucho maleducado, personas con la soberbia muy subida y creyendo que vienen a domesticar a los del pueblo y a mantenerlos (...). Los fines de semana, festivos y puentes la preciosa y tranquila Cerdanya se transforma en el refugio de un montón de borrachos, conductores impacientes y mucho turista de bocadillo que, desde luego, no nos beneficia en absoluto. Ni a los ceretans ni a los buenos turistas, que también los hay". Y así, una larga lista de dimes y diretes, cartas, tuits, comentarios de Facebook y muchos, muchos, emoticonos.

Aunque a simple vista este parezca un debate de "pixapins" y "pueblerinos", el asunto en realidad es la relación contradictoria, a ratos esquizofrénica, que se ha generalizado en lo que se refiere al turismo. Albert empezaba su carta así: "Hace meses que aparecen en la prensa quejas, debates y opiniones negativas de los barceloneses en relación con el turismo. Les disgusta la avalancha de japoneses que aglomeran la Sagrada Família, les asusta el comportamiento de los británicos low cost alcoholizados en la Rambla, les ofenden las chanclas y el calcetín del francés que se  aloja en el apartamento turístico de la Barceloneta, y les excitan los molestos cambios de rutina que provoca el aumento incontrolado del volumen de tráfico, basura, mal olor y ruido, así como el mal uso generalizado del espacio público al que el homo turisticus se entrega sin contemplaciones". Esos barceloneses quejosos, argumentaba Albert, hacen lo mismo en la Cerdanya. Y Carmen, en su carta, le recordaba a Albert que los turistas barceloneses son "la principal fuente de ingresos de la Cerdanya". 

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El homo turisticus del que habla Albert, sea pixapins o no, se ha convertido de forma mayoritaria en la conversación pública en el enemigo número uno de la convivencia y del civismo. Es cierto que la explotación turística genera problemas, y también lo es que no todos los turistas son iguales. Pero en muchas ocasiones se olvida que el vecino en su casa se convierte en turista cuando va a la del otro, que todos somos vecinos y que todos somos turistas y que la cuestión, más que de generalización de malas actitudes individuales, es de modelo de gestión y de reparto de costes y beneficios de una actividad económica.

¿Qué le diría a Carmen un turista británico cuando ella se queje del incivismo en Barcelona? Tal vez que no olvide que el turismo es una gran fuente de ingresos para la ciudad. Y no es eso. El problema no es el turismo, sino los incívicos, sean pueblerinos o pixapins, turistas o vecinos, barceloneses, ceretanos, japoneses o británicos. En palabras de Albert, en otra carta que envió en pleno debate: "Criticaba a los incívicos, no a todos los barceloneses". Ni a todos los turistas.