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Pablo Villa: «A la banda de mi pueblo le debo el ser músico»

Este joven sevillano relata su recorrido desde la banda del pueblo hasta su debut en el Palau de la Música

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zentauroepp40308072 barcelona 27 09 2017 contra el m sico sevillano pab171006170753 / JORDI COTRINA

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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Estando en el conservatorio elemental de Alcalá de Guadaira, su curiosidad infantil le arrastró hasta la clase de los fagotistas, donde se pasó una hora tras la puerta escuchando el sonido de aquel instrumento tan bonito y extraño. Años después de este episodio y tras un maratón de estudios, Pablo Villa (Sevilla, 1998) debutó el pasado jueves con la Jove Orquestra Simfònica de Barcelona (JOSB) en el Palau de la Música Catalana. El concierto de celebración de los 30 años de la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer de Barcelona  coincidió con el arranque de la tercera temporada de la orquesta que dirige Carlos Checa, cuyo objetivo es difundir la pasión por la música sinfónica.

–¿Cómo se contagió del virus de la música?

–Soy de Alcalá de Guadaira, el pueblo de los panaderos, y allí tenemos una entidad muy potente, La Banda de Alcalá, donde me transmitieron el amor por la música y el trabajo. Impresiona ver a gente de tantas edades y niveles lograr resultados musicales excepcionales. A la banda le debo el ser músico.

–A los 15 años hizo las pruebas para entrar en la recién nacida JOSB.

–Fue algo inesperado y al principio me vino algo grande. Me preparé una obra libre y vine a vivir a Barcelona, a casa de mi abuela. Cuando salí de las pruebas no era consciente de lo que había hecho. ¡Entrar en la JOSB fue una alegría inmensa!

–Acaba de debutar en el Palau de la Música.

–Lo considero el primer paso de un sueño. Barcelona me ha cambiado la vida.

–¿En qué sentido?

–Musicalmente he cambiado totalmente en los dos últimos años, y lo que he aprendido ha sido brutal. ¡En dos años hemos montado seis sinfonías de Beethoven! Esto exige muchísima disciplina, compromiso y entrega.

–¿Y a nivel más personal?

–Lo que más ha cambiado es la relación con mis padres. En Sevilla compaginaba el bachillerato de ciencias con el grado superior de clarinete y de fagot, además de las actividades de la banda. Llegaba a casa agobiado y con mis cosas de adolescente, y mi padre me decía que me pusiera a estudiar. Íbamos a bronca diaria.

–Me suena...

–Ahora pienso que la relación con mis padres es posiblemente lo mejor que me ha pasado. Siempre han confiado en mí y darme cuenta de que los quiero tanto y de que ellos me quieren tantísimo es quizá lo más bonito que me llevo de esta experiencia.

–¿Lamenta que entre los jóvenes no haya mucho interés por la música sinfónica?

–Nuestros conciertos son gratuitos y siempre están llenos, también de gente joven. Obviamente no es una moda, pero creo que los músicos estamos ganando terreno. La música es un lenguaje universal que te llena por dentro y creo que es algo que todo el mundo debería conocer mínimamente.

–Lástima que no sea una prioridad.

–Hay un vacío impresionante. Tocar la flauta dulce en la escuela no es aprender música. Si en vez de tener a un chaval de 14 años memorizando un libro lo pusieran a tocar una batería, fliparía en colores. Los músicos tenemos que comprometernos más a difundir la música más allá del reggaeton que suena en la radio.

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–¿Por dónde empezaría?

–De buenas a primeras una sinfonía de Beethoven no entra por el oído, pero un buen punto de partida sería ir a una audición en una escuela y escuchar a los niños chicos tocar, ver lo que son capaces de hacer cuando solo llevan un mes tocando. A partir de ahí, si tienes interés, todo va rodado. Estamos evolucionando hacia una sociedad más cosmopolita y llegará el día en que en los bares se hablará del último concierto en lugar del último partido de fútbol.