Gente corriente

«Oías en la calle el ruido de los telares a toda hora»

Ramon Daví Rius preside la Associació Cultural el Maestrat de Terrassa, que lleva 100 años dando la mano a gente que llegó del sur

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Carme Escales
Carme Escales

Periodista

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En ese triángulo fronterizo entre Catalunya, Valencia y Aragón se erigen las comarcas castellonenses de Els Ports, el Alt y el Baix Maestrat. A principios del siglo pasado, las fábricas textiles que tanto trabajo habían dado en aquella zona iniciaron su declive y muchos oriundos de allí emigraron a ciudades como Sabadell, Barcelona o Terrassa, donde el textil hacía su efervescencia. Solo a la ciudad de Terrassa se calcula que llegaron entre 2.000 y 3.000 personas, entre ellas quienes más tarde serían los suegros de Ramon Daví (Caldes de Montbui, 1928).

-¿Su primer vínculo con gente del Maestrat lo hizo al conocer a su esposa? Sí. A mí me trajeron a Terrassa con 2 años, y debía ser en el año 1951 o 1952, en una fiesta de las que solían organizar los gremios en aquella época, que la conocí. Mi historia con el Maestrat y Els Ports empieza cuando conozco a Soledad Ferrer. Sus padres se casaron en Morella (capital de Els Ports) y después de la boda ya vinieron a trabajar a Terrassa. Aquí había mucho trabajo entonces.

-¿Usted también trabajaba en el textil? Yo hice de todo. De recoger patatas pasé a hacer medias en una fábrica: 14 horas al día, de cinco de la mañana a ocho de la noche, con un rato para comer. Los domingos, mi padre me hacía madrugar para ir a la viña. Así que, cuando uno de los tejedores de la fábrica me dijo que tenía un amigo electricista y que podía, si quería, ir a aprender ese oficio con él, no me lo pensé dos veces.

-Y se hizo electricista. Sí, con 15 años, sábados por la tarde y domingos iba con él a aprender. Lo combinaba con tres viajes a la semana como ayudante de chófer, en la caja de un camión vigilando que no nos robaran los paquetes. Cambié las medias por el camión. La mili me tocó en Terrassa y estuve con el electricista de turno, en el cuartel del Bruc, en Barcelona, y en Terrassa. Al acabar, el electricista que me enseñó el oficio se fue a Brasil y me dejó sus clientes. Y con mi esposa abrimos una tienda de electrodomésticos.

-Parece que había margen para todo.

-Trabajo había para quien quería. Ibas por las calles de Terrassa y oías el ruido de los telares a todas horas. Nosotros, en la tienda, que tuvimos 33 años, llegamos a emplear a 16 personas. Teníamos neveras de hielo (un carro vendía por las calles trozos de hielo a 5 pesetas), estufas y luego llegó la lavadora. Mi esposa atendía y yo salía a hacer instalaciones. Entré en todas las fábricas de Terrassa, donde había mucha gente de Morella y su entorno que ya eran del Montepío de Hijos del Maestrazgo.

-¿Para qué servía el montepío? Se creó hace 100 años porque no había Seguridad Social. Entonces pagabas, una peseta al principio y hasta cinco al mes, para recibir algo si enfermabas o te hacías daño. En caso de defunción, el montepío lo llevaba todo, en los inicios. Llegó a tener más de 500 socios, hoy somos unos 160.

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-¿Pero hoy aún funciona como mutua? Hoy nos sirve para mantener los vínculos, el arraigo con la tierra de la que vino la gente. Pagamos cinco euros simbólicos al año. En febrero hacemos una asamblea y básicamente celebramos fiestas, como la de la patrona de Morella, la Virgen de Vallivana, en septiembre. De ella tenemos una imagen en la iglesia de la Sagrada Família de Terrassa. Yo hace 57 años que estoy en la junta y mi gozo es poder reunir siempre el máximo de gente posible y pasarlo bien. El pasado septiembre, para celebrar el centenario del montepío que hoy es la Associació Cultural el Maestrat de Terrassa, éramos 150 personas comiendo.

-Las comidas siempre hermanan. Siempre. En Les Carenes de Can Turu de Viladecavalls [el pueblo donde vive] y en el Gremi d'Instal·ladors i Electricistes de Terrassa, dos entidades en las que también he estado, organizaba cenas, meriendas y fiestas para agrupar a la gente.