DEBATE SOBRE LA SITUACIÓN POLÍTICA CATALANA

"Nada será igual después del 1-O"

Seis lectores de EL PERIÓDICO reflexionan sobre el impacto social del agitado momento político

De izquierda a derecha, Camil Bosch, Ivan Vega, Rubén García del Horno, Anna Biosca,  Jorge Navarro y Carles Pujol.

De izquierda a derecha, Camil Bosch, Ivan Vega, Rubén García del Horno, Anna Biosca,  Jorge Navarro y Carles Pujol. / JULIO CARBO

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Joan Cañete Bayle
Joan Cañete Bayle

Subdirector de EL PERIÓDICO.

Especialista en Internacional, Transformación Digital, Política, Sociedad, Información Local, Análisis de Audiencias

Escribe desde España, Estados Unidos, Israel, Palestina, Oriente Medio

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La frase, ominosa, de José María Aznar siempre pende por encima de la conversación pública alrededor del proceso independentista: «España solo podría romperse si Catalunya sufriera antes su propia ruptura como sociedad». La encuestas hablan si no de una Catalunya rota, sí de una Catalunya dividida, punto arriba, punto abajo, casi partida por la mitad entre partidarios y detractores de la independencia. La aritmética de las últimas elecciones (el 27-S, planteadas por el soberanismo como una cita plebiscitaria) dibujó un mayoría independentista en el Parlament pero no una mayoría en votos. La foto del Parlament las dos jornadas en las que se aprobaron la ley del referéndum y la ley de transitoriedad muestran una sociedad políticamente enfrentada: casi la mitad del hemiciclo vacío, las banderas españolas retiradas. Muchas de las docenas de cartas sobre el 1-O recibidas en Entre Todos de EL PERIÓDICO las últimas semanas hablan de espirales de silencio, de amigos que prefieren no conversar sobre el tema, de grupos de whatsapp y bares en los que se ha prohibido debatir de política. Son muchos los que advierten con miedo y preocupación de una fractura social; casi todos los que nos escriben en estos términos se manifiestan contrarios a la independencia.

Quienes alertan de que es mejor callar para no romper no suelen ser soberanistas

«Yo estoy viviendo estos días hacia el 1-O con mucha ilusión porque siempre he soñado con este momento. Y esta ilusión no me deja ver los problemas que sé que hay» -explica Camil Bosch, abogado de 65 años-. «Yo no veo fractura social, yo no tengo ningún problema para hablar del tema. Tengo un amigo que es terriblemente contrario a la independencia, y discutimos, pero cuando la cosa se enciende le digo: 'Santiago, pero yo te quiero'. Y ya está». Camil publicó una carta en Entre Todos en la que se dirige a Mariano Rajoy«No tengo miedo (...) Ustedes tienen la razón de la fuerza pero nosotros tenemos la fuerza de la razón», escribió.

Contarlo como se vive

Ellos nosotros, sin duda el eje vertebrador del discurso en Catalunya. Camil es uno de los seis lectores del diario que acceden a participar en un debate no tanto sobre el 1-O o la independencia (aunque es inevitable hablar de ello) como de la forma que la situación política se refleja en sus vidas. Esto no es una encuesta, ni un estudio sociológico (como dice Iván Vega, periodista de 40 años, cada uno se representa solo a sí mismo); es, nada más y nada menos, una conversación entre ciudadanos preocupados por lo que está sucediendo. ¿Hay fractura social en Catalunya? ¿Hay miedo a hablar en público del tema? ¿Hay un discurso hegemónico independentista y una espiral de silencio de los partidarios de continuar en España? Cada uno lo cuenta como lo vive.

«En Catalunya se ha pervertido la democracia. Lo que hay es emocracia, el poder de las emociones y los sentimientos. Catalunya es una sociedad enferma porque el procés nos ha enfermado y nos ha dividido, todo lo impregna», opina Jorge Navarro, profesor de 55 años, que afirma que si no se es independentista en muchas ocasiones «es mejor callar». Rubén García del Horno, universitario de 20 años, coincide con Jorge en el dibujo de una sociedad ya fracturada, y denuncia la presión sobre la duda. «Hay una presión directa yomnipresente. Tienes que posicionarte entre las dos corrientes, y si no lo haces ya lo hacen los demás por ti. Y si ya estás posicionado, no puedes expresar dudas, no está bien visto hacerte preguntas», lamenta. Carles Pujol, horticultor, que publicó una carta titulada Soy independentista y votaré 'no', Soy independentista y votaré 'no', discrepa: «Se puede hablar sin problemas. Discrepancias, las que quieras. Y los tonos pueden subir. Pero no percibo fractura». Anna Biosca, joven universitaria de 18 años, tampoco ve ruptura: «Todos somos conscientes de dónde venimos y a dónde no queremos ir, y que la violencia y la ruptura son unas líneas que nadie quiere cruzar». Iván, -que resume su sentimiento ante los acontecimientos políticos en la palabra «tristeza»- considera «un hecho» que Catalunya ya es «una sociedad dividida». «Las votaciones en el Parlament del 6 y el 7 de septiembre hicieron que muchos nos sintiéramos lejanos a una discusión de nuestros representantes. Esta sensación es un síntoma de fractura social».

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Una constatación: los contrarios o críticos al procés suelen ser los que más hablan de fractura social, sienten que la hegemonía del relato es de los independentistas. Un consenso: el procés todo lo impregna, desde el ámbito privado a la esfera pública.

Un segundo consenso del encuentro: la conversación pública no es sana, no se basa en hechos ni en información imparcial. «Intento estar informada, pero es muy difícil. Intenté buscar información imparcial de las dos posiciones para hacerme con una opinión al respecto de la independencia y me resultó imposible», explica Anna, que en la carta que publicó en Entre Todos escribió: «Saber si una Catalunya independiente sería viable económicamente solo depende del cuñado que tengas en la mesa, o lo que es lo mismo, del diario que leas o del canal que programes». «Me gustaría tener el informe definitivo con el que convencer a todos, pero no existe», admite Camil.

Fábulas y mentiras

Y surge así otro consenso, una crítica, ensordecedor tanto en la mesa como en las decenas de cartas que recibimos: los medios no cumplen con su función informativa. Y la consecuencia es ruido. Y el medio ideal de divulgación del ruido son las redes sociales. «Miras los argumentos y lo que dice la gente en redes en otras partes de España y piensas que no saben nada de lo pasa aquí», afirma Rubén. «En las redes, sobre todo en Twitter, el debate es muy divisivo», opina Anna. «Yo he huído de algunas conversaciones en Facebook. En general, sabes que no vas a convencer de nada a nadie», explica Iván. «No se puede hablar del tema», concluye Jorge, que añade: «Hasta el 2012 había un eje de izquierda/derecha. En el 2003 todos salimos a la calle en la manifestación contra la guerra de Irak. Pero a partir del 2012 hay manipulación para crear un relato que ha roto a la sociedad catalana». «Estamos es un círculo vicioso en el que cada cosa que hace uno justifica al otro, con mucha manipulación, mentiras y fábulas de ambos lados», diagnostica Iván. Y su afirmación también genera consenso, aunque después, a la hora de repartir pajas y vigas en los respectivos ojos, ya no haya acuerdo.

Una idea genera consenso: en el resto de España hay una gran ignorancia sobre Catalunya

Aunque, en puridad, sí puede hablarse de otro consenso en la mesa: en (el resto de) España las fábulas, mentiras, manipulaciones, desinformación e incomprensión abundan. Tanto, que independentistas, no independentistas y equidistantes coinciden en que más allá del Ebro se desconoce lo que de verdad sucede en Catalunya. Consenso sin fisuras. Iván: «España es un bloque monolítico. Todos los medios y los tertulianos dicen lo mismo»; Jorge: «En España no saben qué pasa aquí, no lo entienden»; Rubén: «Fuera hay una falta tremenda de conocimiento y de pedagogía de lo que se vive en Catalunya»; Camil: «Cuando he intentado explicar fuera lo que sucede aquí he acabado muy mal con algún pariente»; Anna: «Es que en Twitter lees cosas como 'qué hacen los catalanes en la calle, que no trabajan' o que los universitarios catalanes hemos sido adoctrinados desde la primera infancia... A mí nadie me ha adoctrinado». Un consenso, pues, revelador de hasta qué punto el Ebro marca una frontera que va más allá de lo político y lo identitario. El riesgo, que unos ya ven aquí y otros minimizan, es que esa frontera se levante dentro de Catalunya. El riesgo, cerrando el círculo del debate, es que Aznar acabe teniendo razón.

El riesgo de violencia

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«El otro día, en el paseo Marítimo de Roses, un grupo de personas encartelaban todas las farolas. Minutos después, un hombre arrancó los carteles con rabia. No se puede hablar del tema como otros temas, y no se vive este tema como otros. Yo no he visto en unas elecciones autonómicas o municipales arrancar los carteles de los otros», narra Rubén. Carles, que explica que evolucionó de un «catalanismo con un profundo sentimiento de ser español hasta el independentismo» a causa de que se sintió «menospreciado como catalán por el PP» diferencia entre el discurso de «personalidades públicas» y la sociedad. «Las manifestaciones de la diada, por ejemplo, son un ejemplo de convivencia». Rubén en parte está de acuerdo: «A mí me dan más miedo los líderes que la gente». E Iván, más escéptico, alerta: «Creo que en ocasiones no somos conscientes de que hay una línea muy fina entre la violencia y la no violencia. En manifestaciones espontáneas y multitudinarias las fuerzas de seguridad no pueden garantizar la seguridad». La violencia, sin duda, es el peor escenario posible en la dimensión desconocida en la que se encuentra Catalunya, eso es un consenso atronador.

Y otro más, el último, tal vez el más importante, con el que se cierra la conversación. Pase lo que pase el 1, el 2 y el 3 de octubre, ya nada volverá a ser lo mismo ni política ni socialmente en Catalunya. ¿La pregunta es obligada: ¿cómo será? Mejor (Carles y Camil); Peor (Jorge, Iván, Rubén). Y cierra Anna: «Diferente».