Gente corriente

Josep Maria Anglès: «Lo más preciado es mi vieja bata de la escuela»

Josep Maria Anglès es el impulsor del Museu de Cal Pauet en Les Borges Blanques, donde los objetos más cotidianos despiertan emociones

«Lo más preciado es mi vieja bata de la escuela»_MEDIA_1

«Lo más preciado es mi vieja bata de la escuela»_MEDIA_1 / DEFOTO/RAMON GABRIEL

3
Se lee en minutos
Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

ver +

Hijo y nieto de gente del campo, Josep Maria Anglès (Les Borges Blanques, 1949) trabajó durante 40 años en formación ocupacional. Fue feliz en el trabajo y no quería dejar de serlo cuando le llegara la jubilación. Por eso decidió acondicionar un antiguo molino de aceite y convertirlo en el Museu Cal Pauet [www.museulesborges.com], que reúne 1.100 objetos originales y fotografías de la vida cotidiana de los que, como él, fueron niños en las décadas de 1950 y 1960.

-Tenía ofertas para convertir el terreno del molino en pisos. ¿Por qué se ha liado a convertirlo en un museo? Porque vengo de una filosofía muy de campo. Los cuartos son cuartos, y se van; en cambio esto lo conservo.

-Can Pauet pertenece a su familia desde hace cinco generaciones. Era de mi abuelo quinto, Pau Farrerons Sagarra, y fue el primer molino de pueblo en el siglo XVIII. Durante la guerra cayeron dos bombas y mi padre sacó las máquinas de aceite y lo dedicó a otros usos.

-¿Cómo se le ocurrió convertirlo en museo? No quería jubilarme y acabar en el bar discutiendo las jugadas del Barça o de política, quería tener un proyecto. Pero no bastaba con acumular objetos sin más, quería hacer algo que llegara al corazón, algo que pudiera conmover a muchas personas.

-Y para eso nada mejor que recurrir a los años de la infancia. Tengo unos recuerdos entrañables. Jugábamos en la calle a churro media manga manga entera, a peonzas...; leíamos 'El Capitán Trueno', 'El Jabato', 'El Cosaco Verde'..., y nuestra moneda eran las canicas. Yo era muy torpe con la caligrafía, pero en mis libretas, que están expuestas, la nota no baja de 7. ¿Cómo lo hacía? Fácil: por cada página que me escribía el mejor de la clase le daba tres canicas. Hay personas que no pueden terminar de ver el museo por la emoción.

-¿Cuál es su pieza preferida? Lo más preciado es mi vieja bata de la escuela, que me hizo mi madre cuando tenía 6 años. Los ojales están todos recosidos, los codos tienen cuatro o cinco parches, los bolsillos están descosidos... Es conmovedor, porque veo todo el esfuerzo de mi madre en tiempos de penuria.

-¡Cuántas cosas puede llegar a decir una bata vieja! De hecho, usted mismo ha escrito en la pizarra escolar del museo: «Las cosas sencillas también hacen historia». Y es verdad, ¿no le parece? En la bata se ve la historia del esfuerzo de mi madre, pero también la historia del pueblo, porque cinco años después tuve una bata nueva y guapísima, producto de una época en la que la fruta nos dio dinero a todos.

-¿Todos los objetos son suyos? Abrí el museo el año pasado con unas 450 piezas mías, pero ahora hay unas 1.100, además de una exposición temporal de 340 peonzas de todo el mundo. Nunca pensé que tanta gente vendría a darme cosas para evitar que acaben en la basura cuando ellos ya no estén. Uno de los regalos más bonitos que me hicieron fue la primera máquina de cine del pueblo.

Noticias relacionadas

-No había calculado toda la dimensión humana de su proyecto. La verdad es que no. Viene gente muy interesante y hablar con ellos me llena; cada día es una fiesta. Claro que me duele la espalda y las rodillas y la cervicales, lo típico de la edad, pero el museo me da vida. Son muchos años de aprendizaje para terminar jugando a cartas en el bar. Mientras tengamos salud, hay que hacer cosas.

-También escribe. Colaboro en muchas revistas y mi último libro trata sobre nuestra infancia. Se titula 'El cavaller dels canelons', que es el título de una historia que les contaba a mis hijos cuando no querían comer carne. La imaginación es el motor de la infancia.

Temas

Museos