GENTE CORRIENTE
María Jesús Carrasco: «Hay que trabajar para vivir, no vivir para trabajar»
Tras 15 años de ejecutiva en una multinacional, hoy se dedica a hacer queso artesanal en la sierra de Madrid
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La cabra tira al monte. Y María Jesús Carrasco Navarro (Elx, 1973), también. Un despido laboral llevó a esta exejecutiva de recursos humanos de una multinacional de tecnología punta a hacerse la pregunta del millón: ¿mi forma de vivir es coherente con mi manera de ser y de pensar? La respuesta es la quesería que ha montado en un pueblo de la sierra de Madrid para hacer queso ecológico con sus propias manos. Ayer la rodeaban torres de papeles y una pantalla de ordenador; hoy, el balido de un rebaño de ovejas.
–¿Lo suyo se fue amasando poco a poco o se cayó del caballo un buen día?
–Siempre me ha gustado el campo y la montaña, más que la ciudad y la oficina. Por algo estudié Ingeniería Forestal y no otra cosa. Pero al acabar la carrera me salió trabajo en una empresa muy potente del sector aeroespacial en Tres Cantos, Madrid, y me metí. Tenía un buen puesto en el departamento de recursos humanos, los compañeros eran excelentes, pero…
–¿Pero?
–Aquello no iba conmigo. Me mudé a vivir a Tres Cantos para estar cerca de la oficina y recuerdo esos años como los más horribles de mi vida. Me levantaba cansada para ir al trabajo y me traía a casa los malos rollos del curro, estaba todo el día en el mismo bucle, me veía como esos personajes de Los Simpson que residen al lado de la central nuclear, sin más vida que ir de casa a la oficina y vuelta a empezar. Algunas mañanas me miraba al espejo y me preguntaba: ¿qué haces aquí?
–¿Encontró la respuesta?
–Vino sola. El primer paso fue mudarme a otro pueblo al pie de la sierra. El siguiente, apuntarme a un curso de montaña donde conocí a Tomás, mi socio, con quien alquilé una huerta en Navacerrada. En plan hobby, pero acabamos teniendo veinte ovejas, un burro, ocho cerdos, gallinas, palomas…
–¿En ese tiempo seguía en la oficina?
–Sí, pero cada vez tenía más claro lo que me daba felicidad y lo que no. Los problemas se multiplicaron en el trabajo, hasta que en mayo del 2015 me despidieron tras 15 años de relación laboral. La verdad, me lo esperaba. De hecho, ya tenía pensado lo que les iba a decir: vuestro color y el mío no combinan bien. Fue una liberación.
–¿Se planteó buscar trabajo en su sector?
–Mis actos me delatan: tardé tres meses en hacerme el currículum y uno más en abrirme perfiles en Linkedin e Infojobs. En cambio, lo que sí hice la semana siguiente al despido fue marcharme con Tomás a hacer un curso de elaboración de quesos y manejo de rebaños en los Picos de Europa. Aquello sí que me gustaba.
–¿Fue allí donde se les ocurrió lo de la quesería?
–La idea la tuvimos allí, sí, pero hemos necesitado vencer cuatro intentos frustrados hasta que el proyecto cuajara. No hay facilidades para los emprendedores que cuidan el entorno, pero teníamos claro que queríamos hacer algo sostenible. Hemos montado la quesería en containers reciclados sobre el terreno de una antigua vaquería y hacemos queso con leche de ovejas autóctonas de propiedad municipal. Estamos en El Boalo y la quesería se llama Maliciosa en honor a la montaña que preside el lugar.
–¿Cómo es su vida ahora?
–Físicamente, mucho más agotadora que antes. No paro en todo el día y caigo a la cama rendida, pero duermo a pierna suelta y me despierto con ganas de ir a trabajar. Soy una empresaria rural, a mucha honra. He aprendido a prescindir de cosas superfluas. Ahora el maquillaje lo compro en el Mercadona y cambio de zapatillas cuando las gasto.
Noticias relacionadas–¿Echa de menos algo de su vida anterior?
–A los compañeros, pero la oficina no. Estoy contenta de haber dado este paso. Si no hay coherencia entre lo que haces y lo que piensas, acabas convirtiéndote en alguien que no eres tú. Lo que hago ahora tiene más que ver conmigo. Deberíamos relacionarnos de otra forma con nuestra parte laboral: hay que trabajar para vivir, no vivir para trabajar.
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