Reordenación de un pulmón verde

Los usuarios de Collserola aplauden regular las bicis

Senderistas y ciclistas apuestan por la convivencia y el civismo en el parque

Piden que se priorice la información y que sancionar sea el último recurso

Daniel Martín, con su bici, en la zona de Collserola de Sant Just Desvern.

Daniel Martín, con su bici, en la zona de Collserola de Sant Just Desvern. / JOAN CORTADELLAS / RICARD CUGAT

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INMA SANTOS HERRERA

Collserola tiene un problema con los ciclistas incívicos, y los usuarios del parque están de acuerdo en afrontarlo. Tanto los senderistas como los propios ciclistas. El reglamento que impulsa el consorcio, con sanciones de 100 a 500 euros, es bien recibido por la gran mayoría de los ciudadanos que han respondido a la invitación de EL PERIÓDICO a expresar su parecer. Eso sí, abogan por primar la información y que se recurra a las multas solo en última instancia.

«Hace años era raro cruzarte con otro ciclista en Collserola y si eso pasaba, lo contabas en casa como algo curioso». David Aguilera, de 55 años, empezó con la bicicleta de montaña en 1990. Una caída hace un par de años le hizo aparcar la bici y, a la espera de que el médico le dé permiso para volver a cogerla, se ha aficionado a correr. Ha vivido la evolución de Collserola en este tiempo y ya lo ha decidido: no volverá a pedalear allí. Asqueado, dice, por la masificación y la escalada de incivismo, ya se ha buscado una ruta alternativa.

El pulmón barcelonés se está congestionando. En los últimos 10 años, a la cada vez mayor afluencia de paseantes se ha añadido la moda runner y, sobre todo, la eclosión de la bicicleta. «Collserola te permite disfrutar de la naturaleza sin salir de la ciudad. Es un privilegio que no se puede desperdiciar», afirma José García (46 años, taxista), que acostumbra a salir de excursión los domingos por la mañana con su mujer y sus dos hijos. Pero en este cóctel variopinto de usuarios la convivencia se resiente. Tanto paseantes -«las bicis no tienen en cuenta que hay mucha gente andando y se convierten en un peligro, sobre todo cuando vas con niños», apunta José- como los propios ciclistas -«sí, he visto grupos de ciclistas comportarse de manera incívica, increpando a peatones», afirma David- aplauden que se opte por la regulación. «Si no hemos podido con ellos, que lo hagan las leyes», resume David.

«DEPORTE EXTREMO» / Y lo que esperan de las leyes es que pongan límites a las bicis: «Sí a la limitación de aquellos a los que solo les motiva hacer deporte extremo» (Josep Mariné, Sant Adrià del Besòs); «que lleven timbre en las bicicletas y respeten el límite de velocidad» (Josep Fraga. Barcelona); «que se les prohíba circular por caminos estrechos» (Andrés López. Barcelona).

El consorcio del parque apuesta por un marco legal frente a las molestias generadas por los ciclistas incívicos (una minoría, según unos; la mayoría, según otros). Pero esta solución, además de normas, implica multas para quien las incumpla. Y en eso sí hay discrepancias entre los usuarios. Algunos, como José, están a favor de sancionar («no me gusta, pero parece que es la única forma»). Otros no están tan convencidos de la efectividad de la mano dura.

Joan Cedó vive en Molins de Rei y todos los sábados por la mañana va a Collserola a caminar unos 20 kilómetros en compañía de sus dos perros. A sus 73 años, recorre senderos como una terapia. No teme perderse. «Me da más miedo toparme con una bici», asegura. Quizá porque ya ha vivido alguna experiencia negativa. La más reciente, el mes pasado, en un corredor de fuerte pendiente: «Uno de los perros se revolucionó. Le grité y, acto seguido, oí el frenazo de una bici. Como el camino hacía curva, el ciclista solo se percató de mi presencia por el grito. Me hubiera arrollado». Pese a todo, Joan no cree que la solución sea sancionar («me eduqué en la posguerra y no creo en eso de que la letra con sangre entra»), y aboga por «la convivencia con ética, educación y respeto».

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LAS NORMAS DEL 2000 / No es una cuestión generacional. Daniel Martín (36 años) se fue a vivir a Vallirana hace dos años y cambió su ruta en bici: dejó Collserola por el curso del Besòs. Sin embargo, frecuenta aún la sierra como senderista. «Lo que hace falta es que los usuarios se comporten con civismo, respetando a los demás y a la flora y fauna del parque. Si ya se publicó una normativa, debería difundirse y darse a conocer antes de recurrir a las sanciones», sostiene. Se refiere a unas normas aprobadas en el 2000, que poca gente sabe que existen. Y eso a pesar de que el Proyecto Bici, un manual impulsado por Collserola en el 2005, ya apuntaba la necesidad de darlas a conocer. «Falta concienciación. En otras ciudades europeas no existen estos problemas entre peatones y ciclistas», concluye Daniel. En su opinión, se ha perdido el sentido común, de manera que es necesario apostar por una fórmula que restableza la convivencia entre los usuarios. La clave para que esta vez sí funcione el reglamento que se impulsa es que se traslade a las ordenanzas municipales.

Sobre la mesa hay además propuestas como prohibir el acceso de bicis a algunas de las pistas durante unas horas del fin de semana y, en cambio, convertir otros senderos en exclusivos para ellas. Ideas que no convencen. «No todo el mundo puede adaptarse a un horario, no sería justo. Por otra parte, los ciclistas de montaña quieren riesgo y aventura y no podemos prohibirles disfrutar en Collserola», apunta Joan. En su opinión, en el parque hay espacio para todos: la masificación podría solucionarse recuperando caminos y senderos cerrados. Daniel le apoya: «Acotar no es convivir». Y es que no hay polarización entre ciclistas y senderistas. Hay ganas de que todos puedan disfrutar de la montaña sin sobresaltos.